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El Presidente Obama en El Salvador

La próxima visita del Presidente Obama a El Salvador tiene al menos tres significados importantes.

En primer lugar, esta visita tiene que ver con América Central pero también con El Salvador y con el Presidente Mauricio Funes.

El Presidente Obama claramente está señalando que Funes será su interlocutor elegido en América Central. Funes es un líder progresista aunque pragmático con buenas relaciones en toda la región, que se ha convertido en la manifestación de una transición política exitosa en un país atemorizado por una historia política trágica. Los temores respecto de que el sistema político de El Salvador no sería capaz de soportar la victoria electoral integral de la Izquierda, ahora parecen estar totalmente fuera de lugar. Cualquiera sean los problemas que el país esté enfrentado actualmente – que son muchos – la inestabilidad política no parece ser uno de ellos. Con la visita de Obama a Chile en el mismo viaje, su parada en El Salvador implica el reconocimiento de los enormes pasos que ha dado El Salvador para dar origen a una democracia moderna y vibrante.

En segundo lugar, El Salvador es un lugar en el que convergen tres problemas cruciales de la relación entre EE.UU. y América Latina con inusual claridad: la inmigración, el libre comercio y la seguridad.

En cuanto a la inmigración, se debe destacar que aproximadamente 1,5 millones de salvadoreños viven en Estados Unidos, convirtiéndose así en la sexta comunidad de inmigrantes más grande en EE.UU. Los salvadoreños que viven y trabajan en EE.UU. envían casi U$S 4 mil millones de remesas al año, alrededor del 17% del PBI de El Salvador. Casi la cuarta parte de los hogares en El Salvador obtiene beneficios directos de estos fondos. Ahora es urgente resolver la situación de los casi 220.000 salvadoreños que han estado viviendo en los Estados Unidos desde 2001 en estado de protección temporal (TPS), un régimen transitorio que caduca en marzo de 2012. El Presidente Funes seguramente le recordará al Presidente Obama que, de permitir que el TPS caduque, esto podría tener consecuencias extremas para El Salvador.

El Salvador también será el lugar para analizar los límites de una agenda comercial estrecha que respalde la prosperidad económica de América Latina. La verdad es que el Tratado de Libre Comercio entre República Dominicana, Estados Unidos y América Central (CAFTA-DR), el cual El Salvador fue el primer país en ratificar, no ha hecho una diferencia considerable en el comercio bilateral. El flujo comercial entre EE.UU. y El Salvador se impulsó levemente hacia arriba de U$S 4 mil millones en 2006 a U$S 4.600 millones en 2010. Este rendimiento tan débil tiene mucho que ver con el hecho de que la industria textil y de la confección, sometida a una presión ininterrumpida de sus competidores chinos, aún comprende a casi 2/3 de las exportaciones salvadoreñas a EE.UU. Contribuir a la diversidad en El Salvador y mejorar sus exportaciones resulta crucial si el CAFTA-DR debe cumplir con las altas expectativas de su ratificación e, indudablemente, si el país debe negociar de manera exitosa su integración a la economía global. Nuevamente, no hacerlo conduciría a una consecuencia evidente: más jóvenes salvadoreños emigrando hacia el norte.

Finalmente, el viaje de Obama a El Salvador es una señal de que EE.UU. está prestando algo de atención a la situación política y de seguridad en deterioro de América Central.

Junto con la revuelta hondureña de 2009 y la conducta autoritaria del Presidente de Nicaragua Daniel Ortega, la región agrega ahora una crisis de seguridad pública cada vez más inabordable. El “Triángulo del Norte” de Centroamérica (Guatemala, Honduras y El Salvador) es, por un cierto margen, la región más violenta del mundo después de una zona de guerra activa. El año pasado cada uno de estos tres pequeños países registraron más asesinatos que los 29 estados europeos miembros combinados. Hasta Costa Rica y Panamá, más prósperos y estables que el resto del istmo, han registrado incrementos importantes en los niveles de violencia en los últimos tiempos.

Detrás de este grave problema de seguridad yacen profundas inequidades, instituciones de aplicación de la ley débiles, marginalización generalizada de los jóvenes de la región y armas provenientes de las guerras civiles regionales. La región se enfrenta principalmente a una crisis del narcotráfico que no ha mostrado señales de apaciguarse. Este año, cinco o seis países en la región conformaron la lista de países del Departamento de Estado de EE.UU. con problemas serios de narcotráfico; ninguno más que Guatemala, donde la visible presencia de las organizaciones narcotraficantes mexicanas está alimentando la anarquía en vastos sectores del territorio.

Resulta incierto si el Presidente Obama será capaz de responder de manera concreta al sentido de urgencia de los países centroamericanos. La Iniciativa de Seguridad Regional de América Central (CARSI), el plan regional con financiamiento de EE.UU. para combatir el crimen organizado, ha destinado apenas U$S 100 millones para el año fiscal 2011. Mientras los gobiernos de la región claramente esperan un aumento en el nivel actual de cooperación anti-narcóticos, es altamente improbable que se produzca un aumento drástico. Probablemente, Obama ofrecerá un enfoque regional más coordinado en la lucha contra el crimen organizado; un enfoque que integre a México y a Colombia como actores críticos para la resolución de los problemas de seguridad de América Central. La reciente designación del Subsecretario Adjunto de la Oficina de Asuntos Narcóticos Internacionales y Aplicación de la ley, William R. Brownfield, anterior Embajador de EE.U. en Colombia, es una señal de este énfasis en una mejor coordinación regional en lugar de un aumento de recursos.

Con suerte, la visita de Obama a El Salvador marcará el comienzo de un nuevo ciclo de participación estadounidense en una región vinculada a Washington geográfica, histórica, política y económicamente como pocas otras. Si bien una atención predominante en América Central probablemente sea un verdadero desafío dada la complejidad de la actual agenda nacional e internacional de Washington, una atención constante no debería ser demasiado. Hay más de 3 millones de centroamericanos que ya viven en Estados Unidos. Hay muchos más en los lugares de los que vinieron. Estados Unidos tiene interés en el futuro de América Central, tanto si Washington se da cuenta de ello como si no lo hace.