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La economía mexicana: Preparándonos para un año duro

Leonardo Martinez-Diaz
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Leonardo Martinez-Diaz Global Director - Sustainable Finance Center, World Resources Institute

March 4, 2009

A medida que la recesión mundial se intensifica y la economía estadounidense empieza a contraerse, los tomadores de desiciones mexicanos deben prepararse para un año muy duro. Aunque hoy en día México está mucho mejor posicionada para parar el golpe que en vísperas de las crisis de 1982 y 1994, algunos indicadores recientes sugieren que la protección de México contra las fluctuaciones económicas no es tan resistente como pensaban los políticos. En el 2009, el gobierno de Calderón deberá enfrentarse a dos apremiantes retos: protegerse financieramente y mitigar el impacto social de la recesión. México está bien situado para superar esos desafíos, pero para hacerlo necesitará el apoyo de Washington.

La naturaleza de la sacudida económica que está a punto de afectar a México resulta completamente comprensible. La economía mexicana está estrechamente ligada a la de Estados Unidos a través de cuatro vías: la vía comercial (el 85% de las exportaciones mexicanas van a parar a Estados Unidos), la vía de los envíos de dinero (los billones de dólares remitidos por los trabajadores mexicanos en Estados Unidos son la segunda fuente de divisas del país por orden de importancia), la vía de las inversiones (aproximadamente la mitad de las inversiones directas extranjeras en México proceden de inversores basados en Estados Unidos), y la vía financiera (los sistemas financieros de Estados Unidos y México están muy integrados).

A medida que la economía estadounidense se contrae, los americanos consumen menos productos importados de México, los trabajadores mexicanos envían menos dinero a casa, las firmas estadounidenses con negocios en México invierten menos, los bancos de propiedad americana en México conceden menos préstamos, y la calidad de los activos financieros estadounidenses en manos mexicanas empeora todavía más. A esto debemos añadirle la disminución de la confianza en la economía estadounidense, que podría extenderse a otras economías con las que ésta está estrechamente vinculada, como la mexicana. El resultado de todo ello será una recesión potencialmente grave y prolongada en México.

El panorama no siempre ha sido tan sombrío. En el 2007 y 2008, muchos pensaban que México estaba relativamente aislado de la ralentización de Estados Unidos. Cuando los precios del crudo rondaban los tres dígitos, entraban grandes ingresos de las exportaciones de petróleo mexicanas. Incluso cuando los precios del crudo cayeron el picado, México parecía mantener su buena situación: con gran inteligencia, cubrieron todos sus ingresos de petróleo del 2009, fijando el precio de venta a 70$ por barril; el precio actual está en poco más de 40$ por barril. Además, la posición fiscal de México es mucho más fuerte que en vísperas de las últimas crisis. El sector público mexicano tuvo excedentes en el 2006 y 2007, la deuda externa de este sector ha caído casi dos tercios desde el año 2000, y la estructura de dicha deuda se decanta mucho menos hacia el corto plazo. Asimismo, el sistema bancario, cuya mala dirección y débil regulación causaron el colapso financiero de 1995, está hoy en día mucho mejor gestionado y capitalizado.

Sin embargo, aparecen en el horizonte indicios de problemas graves. En diciembre, la producción industrial de México cayó en un 6,7% anual, lo cual supone el mayor descenso en casi siete años. México, importante productor de coches y componentes para las tres compañías automovilísticas más importantes de Detroit (Chrysler, General Motors y Ford), está viéndose afectado por las pérdidas de éstas. La producción de coches disminuyó un 51% en enero de este año. Además, los envíos se redujeron un 3,6% el año pasado, lo cual supone la primera caída desde que se realizaron estadísticas por primera vez en 1996. Los precios del petróleo han bajado de un modo importante, y es muy poco probable que México sea capaz de cubrir sus exportaciones de crudo una vez más a un precio asequible. En resumen, se avecina una grave recesión; la mayoría de los expertos calculan que la contracción este año estará entre un 1% y un 2% del PNB.

Además de intentar acelerar la demanda a través del gasto público, el primer reto fundamental del gobierno de Calderón es prepararse para una situación de emergencia financiera. Aunque México todavía no se ha quedado fuera de los mercados internacionales, existe el riesgo de que el capital para los países con mercados emergentes como México se agote a medida que los países desarrollados acuden a los mercados internacionales para financiar los descomunales paquetes de estímulo económico y los déficits del presupuesto. Además, los miedos de los inversores por el empeoramiento de la seguridad y la ralentización de la economía en México provocan que este país lo tenga mucho más difícil para solicitar préstamos. Por primera vez desde el 2001, México está pagando una prima sobre sus bonos con un riesgo mayor que Brasil. La combinación de las salidas de los mercados financieros y la caída de la confianza podrían provocar que México necesitase financiación de emergencia para cumplir con sus obligaciones externas, muchas de ellas con los inversores estadounidenses.

Para protegerse contra esto, en octubre la Reserva Federal extendió a México un acuerdo de divisas recíproco temporal, por el cual México (así como Brasil, Singapur y Corea del Sur) podrá recibir hasta 30 billones de dólares en liquidez de emergencia para cubrir la deuda denominada en dólares. México no ha hecho uso de esta línea de crédito que expirará el 30 de abril, aunque mantenerla disponible durante un año más debería ser una prioridad. Además, si los políticos mexicanos decidieran que deben acudir al FMI para solicitar ayuda de emergencia, Estados Unidos, como principal accionista del Fondo, debería estar capacitado para ayudar a desembolsar dicha ayuda financiera con rapidez.

En esta crisis financiera existe un elemento complicado relacionado con Citigroup, el gigante financiero aquejado de problemas cuyo control tiene más probabilidades de pasar a manos de los reguladores estadounidenses. Citigroup es propietario de Banamex, el segundo banco comercial de México por orden de importancia, que representa aproximadamente una quinta parte del sistema bancario mexicano. Banamex parece estar en un buen momento, pero probablemente se enfrentará a moras crecientes en su cartera de préstamos al consumidor a medida que se ralentice la economía. Al mismo tiempo, teniendo en cuenta los problemas de la empresa matriz, seguramente Citi reducirá todo tipo de préstamos en México y en otros países.

Esta situación planteará a los gobiernos de Estados Unidos y México una cuestión política delicada y sin precedentes. Suponiendo que el gobierno estadounidense adquiera una participación de control en Citi, ¿seguirá la compañía Citigroup, controlada por el gobierno americano, aportando dinero a su filial mexicana para ayudar a la deprimida economía del país vecino, en un momento en el que las autoridades de Estados Unidos trabajan bajo presión por minimizar las pérdidas a los contribuyentes y por salvar al banco matriz de la quiebra? La respuesta no está clara en absoluto, pero encontrar una solución que permita a los reguladores estadounidenses salvar Citigroup sin agravar la crisis en México requerirá una destreza diplomática y financiera considerable. Esta situación se verá complicada por la legislatura mexicana, que prohíbe que un gobierno extranjero sea propietario de un banco nacional. Ya corren rumores que dicen que el gigante bancario brasileño Itau-Unibanco estaría interesado en comprar el grupo Banamex si Citi se viera obligado a venderlo.

El segundo reto al que se enfrenta el gobierno de Calderón será el de mitigar la crisis social que acompañará a la contracción económica. Oficialmente, el paro actual es del 4%. De acuerdo con predicciones para el 2009, en este año se perderán cientos de miles de empleos. Las verdaderas cifras del paro son en realidad muy superiores a las estadísticas oficiales, ya que el sector informal, excluido de los cálculos oficiales, representa aproximadamente el 40% de la economía mexicana. Como ayuda, el gobierno ha congelado los precios de los combustibles y de la electricidad y ha aumentado la cantidad que pueden sacar los desempleados de sus cuentas de ahorros. Asimismo, igual que la administración Obama, el gobierno de Calderón ha anunciado importantes proyectos de gastos e infraestructuras.

Con el fin de superar este desafío social, las autoridades mexicanas necesitarán poner en marcha programas sociales muy específicos ya que la crisis afectará a cada sector de la economía y región del país de un modo muy distinto. Por ejemplo, la industria orientada a la exportación, especialmente aquella que se basa en los productos importados, será la más dañada, mientras que la agricultura comercial podría incluso beneficiarse de la devaluación de la moneda. Los programas de emergencia para ayudar a los desempleados tendrán que centrarse en primer lugar en esos sectores y localidades que se verán diezmados por la crisis. Por suerte, la infraestructura para superar la situación ya existe, gracias al ya conocido programa Oportunidades, un programa de transferencia monetaria condicionada dirigido a las familias con bajos ingresos de todo México. Estados Unidos puede ayudar de un modo indirecto, animando a los bancos de desarrollo multilateral a crear o expandir unos instrumentos de préstamo que ayuden al gobierno mexicano y de otros países a proporcionar ese tipo de ayudas específicas.

Contando con una protección financiera y teniendo listos diversos programas sociales, el gobierno de Calderón debería estar razonablemente preparado para uno de los años más duros de la historia reciente. Superar los retos de la crisis del 2009 pondrá de relieve la importancia de la cooperación entre Estados Unidos y México, pero también podría poner crear conflictos en su relación bilateral.