Éste ensayo está basado en un documento de trabajo publicado en inglés.
A la fecha, cerca de 40 millones de latinoamericanos han emigrado de sus países de origen, cifra que supera los menos de 10 millones que se registraron a principios de la década de 1980 (Figura 1). Estos emigrantes representan aproximadamente un 15 por ciento de la totalidad de migrantes del mundo, que es más del doble del porcentaje de latinoamericanos en la población mundial. Esta tendencia progresiva, y posiblemente irreversible, plantea el siguiente interrogante: ¿es posible que las crecientes diásporas (personas que viven fuera de su país de origen) representen una oportunidad económica para América Latina?
Los migrantes y las diásporas constituyen, en cierta medida, un “capital no explotado”. Como se aprecia en la Figura 2, la mayoría de los emigrantes latinoamericanos vive en el mundo desarrollado: si bien la diáspora centroamericana se concentra mayormente en Estados Unidos, más de la mitad de los migrantes sudamericanos se halla dispersa en dicho país y en Europa. Este puente a los países ricos de occidente presenta enormes oportunidades de crecimiento económico y de desarrollo para América Latina.
Las diásporas latinoamericanas pueden apoyar el desarrollo de sus países de origen mediante tres mecanismos principales: las remesas, las redes comerciales, y la difusión de conocimientos y de tecnología. En el presente ensayo nos concentraremos en esta última.
Desde hace tiempo los economistas han demostrado una fascinación por la naturaleza geográfica del conocimiento (señalemos, por ejemplo, la tendencia de científicos e inventores de citar con más frecuencia los trabajos de sus homólogos de sitios próximos, o los beneficios que reciben las empresas por las innovaciones de otras firmas ubicadas en las cercanías). ¿A qué se debe que la proximidad sea tan importante para la transmisión del conocimiento? Una respuesta ampliamente aceptada es que la interacción humana resulta fundamental: en otras palabras, el conocimiento es tan móvil como el ser humano. Si la interacción entre la gente es esencial para la transmisión del conocimiento y de las tecnologías, los migrantes desempeñan una función crucial como portadores de conocimiento entre fronteras. En efecto, hay evidencia anecdótica y científica que respalda esta idea.
Tomemos, a título ilustrativo, el caso de la industria vitivinícola sudafricana que exporta sus productos a todo el mundo. Muchas de las bodegas más reconocidas se encuentran en el Valle Franschoes, a unos 48 kilómetros de Ciudad del Cabo. Fueron fundadas a fines del siglo XVII por refugiados franceses hugonotas desterrados por el rey Luis XIV. Estos migrantes trajeron consigo sus conocimientos especializados en materia de producción y comercialización, y crearon variedades muy buscadas de vinos sudafricanos.
En términos más generales, la evidencia demuestra que la inmigración cumple una función en la mejora de la productividad a nivel industrial para los países de origen y de acogida de los migrantes. En efecto, es más probable que los países se transformen en exportadores de productos típicos de los países de origen de sus inmigrantes y de los de acogida de sus emigrantes.
Dado que la interacción humana es necesaria para la difusión del conocimiento, la inclusión de las diásporas en programas de mejora de la competitividad y de la productividad podría generar importantes beneficios económicos. Por ejemplo, una empresa podría beneficiarse de un periodo de capacitación en el extranjero para que sus empleados aprendan nuevas tecnologías u obtengan conocimientos que se traduzcan en una mayor productividad a su regreso. Es frecuente que las multinacionales ofrezcan estos programas a sus trabajadores, permitiéndoles el traslado temporario a una de sus sucursales en otro país. No obstante, esta realidad se halla fuera del alcance de las pequeñas y medianas empresas. En primer lugar, simple y llanamente no cuentan con sucursales en el extranjero que puedan recibir a sus empleados. Más importante aún es que no pueden solventar una capacitación de esa naturaleza. Incluso si las pequeñas y medianas empresas lograsen financiar una formación de este tipo en el extranjero correrían el riesgo de que los empleados que regresan se vayan a trabajar a otras firmas. En equilibrio, esta situación se traduce en una subinversión en la capacitación laboral.
Estas dificultades de las pequeñas y medianas empresas podrían abordarse mediante políticas públicas. En primer lugar, tras una coordinación con organizaciones representativas de diásporas, las empresas extranjeras en industrias similares de propiedad de miembros de la diáspora podrían acoger a los empleados de las PyMES y brindarles un periodo de capacitación en el extranjero. En segundo lugar, dado que la limitante es la subinversión y que la formación en otro país implica un beneficio social, resultaría justificable que el gobierno de origen subsidie estas experiencias de forma parcial o total. En este sentido, el gobierno absorbería una parte (o la totalidad) del riesgo de que el empleado no regrese a su puesto original, ya que la sociedad en su conjunto se beneficia de la inversión independientemente del caso. En consecuencia, es preciso calibrar el monto “correcto” del subsidio según las circunstancias de cada empresa. Debe ser lo suficientemente grande como para reducir o eliminar el riesgo privado pero no tanto como para relegar la inversión privada (es decir, el subsidio no debería reemplazar ni disminuir los gastos propios de las empresas en los programas de capacitación en el extranjero). Otro modo de promover la migración temporaria es ofrecer préstamos condicionados a los trabajadores para que financien su formación fuera del país (con la aquiescencia de las empresas, por supuesto). Los préstamos serían reintegrados únicamente por aquellos empleados que no regresasen a sus países de origen tras la capacitación (un modelo similar al que se utiliza para las becas de estudio en el extranjero).
Otra alternativa es que los gobiernos mejoren el proceso de transmisión de conocimientos al alentar a sus diásporas a regresar al país de origen, lo cual podría traducirse en un aumento más rápido de la productividad. Este impulso a la productividad puede atribuirse a tres hechos estilizados. En primer lugar, en términos proporcionales, es muchísimo más probable que los migrantes se transformen en empresarios, por lo que su regreso puede intensificar el dinamismo comercial y el aumento de la productividad. En segundo lugar, los migrantes traen conocimientos (por ejemplo, tecnologías, estilos gerenciales, comprensión de otros mercados, entre otros) que pueden impulsar la innovación y la productividad a nivel de la empresa y trasladarlas a otras firmas que ya operan. En tercer lugar, los migrantes que regresan a sus lugares de origen crean y propician relaciones comerciales con empresas de los países en los que vivieron.
Un importante instrumento de política sería que los países de origen ofrezcan incentivos fiscales que alienten el regreso de sus emigrantes. Por ejemplo, podría reducirse la tasa marginal del impuesto a la renta durante un cierto número de años a partir del regreso del emigrante, condicionada a la obtención de un empleo y/o a la realización de inversiones. La estructura del incentivo podría diseñarse de forma tal de beneficiar a todos los migrantes, independientemente de su ocupación o capacidades; alternativamente, los beneficios podrían dirigirse a migrantes con experiencia y conocimientos en industrias en las que el país no tenga ventajas realizadas. No obstante, la identificación de dichas industrias puede resultar difícil e incluso imposible: dejar que los gobiernos las elijan a su libre albedrío constituye una perfecta receta para el amiguismo.
A pesar del importante potencial de las diásporas para el fomento del desarrollo económico de los países de origen, en términos generales las naciones en desarrollo con grandes poblaciones de emigrantes no han priorizado políticas dirigidas a beneficiarse de ellas. El aprovechamiento deliberado del capital no explotado de las diásporas podría ser de importancia para revertir la importante y bien documentada desaceleración productiva que aqueja a mercados avanzados y emergentes, incluso en América Latina.