INTRODUCCIÓN
Parece que Estados Unidos se aproxima a un momento crucial tanto para la economía real como para la crisis financiera que provocó esta dura recesión. Por supuesto, éstas son buenas noticias que llegan después de muchos meses de noticias nefastas, pero debemos seguir teniendo en cuenta lo extremadamente difícil que es pronosticar el comportamiento de la economía y los mercados financieros durante la crisis. Las predicciones generales se han equivocado una y otra vez, y acontecimientos inesperados e incluso sin precedentes se han sucedido de cerca. Un prudente optimismo debería estar a la orden del día. Tememos que las recientes reacciones de los mercados financieros y de algunos analistas reflejen demasiado optimismo sin prestar suficiente atención a la incertidumbre.
Las políticas públicas deben seguir centradas en la clara posibilidad de que el aparente relajamiento del declive de la economía pueda venir seguido por un crecimiento cero o muy pequeño durante varios trimestres y de que posiblemente tenga lugar otro giro negativo. Uno de los riesgos tiene relación con que Estados Unidos está muy vinculado al resto del mundo, y la mayor parte de éste está inmerso en una grave recesión. La economía global podría suponer una carga importante para el crecimiento de Estados Unidos. De hecho, si la economía sigue atascada en primera marcha durante demasiado tiempo, se agravarán los problemas del paro y las ejecuciones de hipotecas. Frente a este riesgo, las políticas económicas y financieras durante los próximos meses deberían poner de relieve la puesta en práctica, en primer lugar, de las iniciativas existentes, muchas de las cuales siguen en sus primeras fases, y, en segundo lugar, de planes de emergencia en caso de que las cosas salieran mal. Apoyamos los esfuerzos de la administración y el Congreso por evaluar las causas de la crisis y proponer posibles cambios reguladores. No obstante, es fundamental que la atención principal de los políticos siga siendo resolver la crisis actual y asegurarse de que ésta esté realmente resuelta antes de poner en práctica reformas importantes pensadas para el futuro.
Esta recesión ha provocado muchas pérdidas de empleos y todavía habrá más en el futuro. La experiencia pasada nos dice que muchos de los empleos perdidos en una recesión nunca resurgen. El crecimiento proviene de la expansión de las partes saludables de la economía y de nuevas inversiones y nuevas compañías. Crear los nuevos puestos de trabajo necesarios para restaurar el pleno empleo requerirá la participación activa de un sector financiero saludable, de forma que es fundamental garantizar que los bancos completen verdaderamente su recuperación.
Este artículo examinará dónde nos encontramos económicamente y respecto a la crisis financiera, el camino con más posibilidades de éxito, y los riesgos de ese punto de vista relativamente optimista. El propósito de este artículo no es realizar predicciones específicas sobre la economía. No sabemos, y creemos que nadie lo sabe todavía, cómo terminará esta recesión. Las predicciones de los analistas más profesionales son que la economía de Estados Unidos acabará su declive antes de finales de este año y crecerá al menos modestamente en el 2010. No obstante, todavía existe una gran incertidumbre sobre cuándo terminará la recesión, cuando se restablecerá el crecimiento o si el sector financiero está encaminado firmemente hacia la recuperación.
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¿Qué deberían hacer los políticos en este momento?
Bernanke tenía razón. Existen brotes verdes que nos dicen que al menos la economía estadounidense está terminando su caída libre y que la situación se allanará a mediados o en la segunda mitad del año 2009. Así, los mercados financieros tienen motivos para ser más optimistas. Probablemente la situación del sector financiero nunca fue tan mala como los más pesimistas sugerían y, en cualquier caso, ofrece un mejor panorama en la actualidad que hace cierto tiempo. Sin embargo, como hemos constatado en este artículo, sigue existiendo una gran incertidumbre y los políticos no deberían dormirse en los laureles o dedicarse a otras políticas, aunque puedan parecer más apasionantes. Es fundamental seguir adelante con los planes de rescate financiero actuales y disponer de planes de emergencia bien concebidos por si tuviera lugar otra recaída.
Específicamente, tenemos tres recomendaciones fundamentales para los planes de rescate financiero. En primer lugar, deben centrarse en la ejecución de los programas existentes. La administración ha creado programas para tratar cada uno de los elementos fundamentales necesarios para resolver la crisis financiera. A todos ellos les quedan pasos importantes por implementar y algunos de ellos ni siquiera se han iniciado, como los programas relativos a los activos tóxicos. Tal como se ha demostrado en múltiples ocasiones desde octubre del 2008, se trata de programas complejos que requieren una gran atención. Es el momento de ponerlos en práctica, y no de crear todavía más campañas nuevas.
En segundo lugar, es necesario resistir la tentación y las presiones de asignar dinero del Programa de Rescate para Activos con Problemas (TARP, por sus siglas en inglés) a otros usos, como garantizar las ofertas de bonos municipales. Es posible que estos otros usos valgan la pena, pero es esencial que mantengamos una reserva de fondos autorizados por el Congreso por si los necesitamos para los bancos. Sería difícil exagerar las incertidumbres todavía existentes sobre la solvencia de los bancos a medida que avanzan en lo que todavía será un año duro, o incluso más tiempo. Los bancos podrían necesitar fácilmente 300 billones de dólares en capital propio, o incluso más. Estas cantidades no estarían disponibles en los mercados, especialmente porque esta necesidad supondría unos resultados bancarios mucho peores de lo que éstos esperan. Es fundamental que la administración tenga a mano munición por si fuera necesaria. La incertidumbre acerca de la autorización del Congreso para fondos adicionales podría sembrar el pánico en los mercados y agravar una futura fase de la crisis. La buena noticia es que posiblemente en unos meses descubramos que las incertidumbres se están resolviendo positivamente y que pueden liberarse los fondos para ayudar a la recuperación por otras vías.
En tercer lugar, debemos asegurarnos de que existe un plan de emergencia por si tuviera lugar un revés importante del sistema bancario. Es necesario que el plan cuente con un amplio apoyo dentro de la administración y entre los reguladores y, idealmente, de los líderes fundamentales del Congreso. Probablemente no necesitaremos dicho plan de emergencia, pero existe una probabilidad demasiado grande de que sea así para que no tengamos uno. El país ni siquiera puede permitirse que parezca que sus respuestas son tan cambiantes e improvisadas como lo fueron, evidentemente, el pasado octubre.
También tenemos algunas ideas sobre los programas específicos. Las campañas de recapitalización de los bancos, como las relacionadas con los recientes análisis de situación, han estado bien concebidas y han sido útiles. Necesitan extenderse al siguiente nivel de bancos, tal como está ocurriendo actualmente. También es necesario que exista una definición del deseo de algunos de los bancos más fuertes de recomprar las acciones y las garantías del programa de rescate TARP. Parece que la administración mantiene en este caso un equilibrio adecuado: los bancos más fuertes deben poder devolver los fondos, pero esto no debería ser demasiado sencillo y las garantías no deberían venderse demasiado económicamente. La política pública sugiere que los bancos conserven el capital gubernamental para fomentar los préstamos y reducir unas mayores dudas acerca de la solvencia de los bancos. No obstante, es injusto obligar a los bancos más fuertes a mantener un capital adicional más allá de la protección razonable que hagan necesarios los riesgos de esta crisis financiera, por lo que debería estar permitido devolver los fondos del rescate.
El programa TALF está bien diseñado y aplaudimos las campañas de la Reserva Federal para acelerar su lanzamiento. Existen alentadores indicios de que su uso se está expandiendo de un modo importante, pero sería útil poner en marcha cualquier otra medida que pueda llevarse a cabo sin demasiados riesgos.
Nuestro escepticismo es mucho mayor en lo referente a los activos tóxicos. Tal como apuntamos desde el principio, habríamos preferido que se hubieran proporcionado las garantías directamente a los bancos, tal como se está haciendo en el Reino Unido y como se hizo con Citigroup y con Bank of America sobre unas bases más limitadas. Una de las ventajas de ese enfoque sería evitar la necesidad de encontrar un precio en el que estuvieran de acuerdo los compradores y vendedores potenciales. Ahora ya es demasiado tarde para cambiar el enfoque, pero los programas propuestos de Préstamos Hipotecarios y de Alianza de Inversión Pública y Privada ya han topado en gran medida con este problema. Los bancos se sienten bastante cómodos en lo referente a sus activos tóxicos y son extremadamente renuentes a venderlos al precio al que los oportunistas compradores privados querrían adquirirlos.
Los importantes incentivos económicos que el gobierno ofrece para convencer a los compradores de subir su puja por estos activos ayudarán, pero parece poco probable que puedan salvar la distancia total. El resultado más probable es que los programas fracasen sin generar nunca un gran volumen.
Podríamos estar equivocados en este complejo tema, así que tal vez vale la pena continuar reconstruyendo el Programa de Alianza de Inversión Pública y Privada (PPIP, por sus siglas en inglés). (El programa de Préstamos Hipotecarios parece tener más dificultades a causa de diversos motivos técnicos que hemos comentado en otros artículos.) La buena noticia es que si los análisis de situación son acertados, no es crítico que tratemos directamente con los activos tóxicos. La postura ha cambiado desde el pasado octubre, cuando parecía que los activos tóxicos constituían la parte principal del problema. La grave recesión ha cambiado el balance, de forma que es probable que las categorías de préstamo convencionales produzcan dos tercios de las pérdidas y un porcentaje todavía mayor de pérdidas que queda por reconocer. Por suerte, los análisis de situación indican que los bancos podrían mantener sus activos tóxicos y préstamos con problemas e incluso así disponer del capital para funcionar de un modo eficaz, a pesar de no realizar préstamos tan agresivos como nos gustaría.
En cuanto al sector real de la economía, seguimos siendo cautelosos acerca de lo que debería hacerse. Siendo Secretario del Tesoro en el 1999-2000, Lawrence Summers comentó las ventajas creadas por el excedente presupuestario. Una de las más importantes, afirmó, es que hemos “recargado el cañón fiscal”. En otras palabras, si tuviera lugar una recesión grave, el gobierno federal podría poner en práctica un importante reducción de impuestos o programa de gastos para estimular la economía sin provocar un gran déficit presupuestario. Como parte de la administración Obama, apoyó con vehemencia que se disparara el cañón fiscal, aunque ya no estuviera cargado porque esta administración había heredado déficits presupuestarios en lugar de excedentes. Su analogía original no era perfecta. El gobierno puede, de hecho, proporcionar estímulo fiscal incluso partiendo de un déficit presupuestario. Era necesario aprobar un paquete de estímulo aunque significara ampliar el gran déficit presupuestario heredado. La necesidad del estímulo era suficientemente imperante para superar las preocupaciones presupuestarias. No obstante, la combinación del rescate bancario y del estímulo fiscal ha tenido como consecuencia un déficit presupuestario verdaderamente desorbitado para este año y el que viene, y unas previsiones de déficits continuados a partir de entonces. Los títulos del Tesoro han seguido siendo atractivos hasta ahora, y las tasas de interés son bajas históricamente. Sin embargo, existe el riesgo de que los mercados no puedan absorber la cantidad de préstamo del gobierno necesario sin provocar un aumento de las tasas de interés en Estados Unidos y tal vez una disminución inestable del valor del dólar.
Con una estrategia sólida para restaurar el sector financiero y con una economía que ya está ralentizando su declive, consideramos que no debería asignarse otro estímulo fiscal. Después de todo, la mayor parte del paquete de estímulo de Obama está todavía en proyecto de forma que, en cierto modo, todavía existirá un estímulo fiscal en el futuro. Si la economía siguiese en caída libre en el futuro, con una disminución fuerte del PNB en el tercer y cuarto trimestre del 2009, deberíamos reconsiderar esta recomendación. En ese caso, podríamos considerar devoluciones de impuestos rápidas y definidas para contener la caída. Debería volver a dispararse el cañón fiscal, a pesar de la dificultad de encontrar la pólvora necesaria para hacerlo.
Conclusión
Es posible o incluso probable que lo peor haya pasado en los mercados financieros y que la economía empiece a mejorar poco a poco. Sin embargo, existen tantos riesgos en estas predicciones que los políticos y los mercados no deben relajarse. Deberían llevarse a cabo políticas públicas relacionadas con las múltiples iniciativas existentes y centradas en la crisis económica y financiera, incluso si resulta que la economía se está recuperando. Es un mejor resultado que enfrentarnos a otra etapa de empeoramiento de la crisis sin una base sólida de programas para mitigar las dificultades.