Recientemente, el presidente de Bolivia, Evo Morales, se declaró “esclavo del pueblo” y dijo estar a favor de que avance el proyecto de reforma constitucional que le permitiría buscar su reelección en el 2019 si este era el deseo de los ciudadanos.
Por su parte, el pasado sábado 26 de setiembre, la Asamblea Legislativa reformó (con mayoría de dos tercios) el artículo 168 de la Constitución Política, autorizando a Morales a postularse una vez más a la Presidencia en 2019, y fijó como fecha del referendo popular, que debe validar o rechazar la reforma, el 21 de febrero de 2016.
Esta modificación permite la reelección presidencial por dos veces de manera continua, en lugar de solo una como establecía la anterior norma constitucional.
La citada reforma toma en cuenta la actual gestión presidencial (2015-2020) y aclara que Evo y su vicepresidente están habilitados únicamente a una repostulación; es decir, a buscar la reelección solo para el periodo 2020 a 2025.
La oposición ha reaccionado de inmediato, al denunciar que esta reforma es “una adaptación de la ley a las necesidades de una persona”.
Cabe recordar que Morales y García se presentaron y ganaron en las elecciones en 2005, 2009 y 2014.
El actual es su segundo periodo consecutivo de acuerdo con la nueva Constitución boliviana (adoptada en 2009) y el tercero desde que fue elegido por primera vez en 2005.
De resultar ganador en las elecciones previstas para 2019, Evo se convertiría en uno de los presidentes con más años en el poder, tanto de Bolivia como de América Latina.
Fiebre reeleccionista. Esta reforma constitucional en Bolivia no constituye, desafortunadamente, un hecho aislado. Se inscribe, por el contrario, en una tendencia regional reeleccionista que ha venido cobrando fuerza durante las últimas dos décadas en América Latina.
En efecto, si bien la región ingresó a la democracia (a finales de la década de 1970) siendo claramente antirreeleccionista, esta situación cambió de manera drástica a los pocos años.
Durante la primera mitad de la década de 1990 se produjo la primera ola de reformas favorables a la reelección inmediata o consecutiva impulsada por Alberto Fujimori en Perú (1993), Carlos Ménem en Argentina (1994) y Fernando Henrique Cardoso en Brasil (1997).
A partir de entonces, varios presidentes más introdujeron reformas durante sus gobiernos para mantenerse en el poder.
Una segunda ola de reformas, liderada por Hugo Chávez, tuvo lugar a partir de mediados de la década pasada, con el objetivo de pasar de la reelección inmediata a la indefinida. Chávez logró su objetivo vía referendo en 2009.
El ejemplo chavista fue reproducido por Daniel Ortega en 2014 en Nicaragua (segundo país que permite la reelección indefinida), y actualmente otro mandatario, Rafael Correa (Ecuador) impulsa una reforma en sentido similar.
Reformas y tendencias recientes. Los años 2014 y 2015 han sido semilleros de noticias en materia de reelección.
En las últimas dos décadas, República Dominicana ha liderado el mayor número de reformas en este tema: un total de cuatro entre 1994 y 2015.
La última de ellas, en julio de 2015, reimplantó la reelección inmediata, permitiéndole al presidente Danilo Medina presentarse nuevamente a la contienda electoral de mayo del 2016 para aspirar a un segundo periodo consecutivo.
Otros dos países se han movido en “direcciones extremas” entre 2014 y 2015.
Por un lado, Nicaragua eliminó del texto constitucional cualquier impedimento a la reelección, por lo cual, como ya señalamos, ahora está permitida sin restricciones.
Por otro lado, en junio de 2015 Colombia aprobó una reforma que prohibió la reelección presidencial, tras una década de haberse adoptado.
En Honduras, el 22 de abril de 2015, la Corte Suprema declaró inaplicables los artículos de la Constitución Política que prohibían la reelección presidencial y que además sancionaban al funcionario público y cualquier otro ciudadano que propusiera o apoyara su reforma por ser artículos de carácter irreformable.
Cabe recordar que en 2009, el intento de convocar a una asamblea nacional constituyente después de una consulta popular no vinculante, que fue prohibida por el Poder Judicial, cuyo fin era modificar la Constitución y eliminar esta norma, le costó un golpe de Estado al expresidente Zelaya.
Por su parte, en Brasil, la Cámara de Diputados votó en 2015, en primera instancia, una iniciativa para eliminar la reelección presidencial, la cual está siendo ahora examinada en el Senado.
La mayoría de los analistas consideran probable que la Cámara Alta adopte una posición similar a la de Diputados; es decir, favorable a la eliminación de la reelección.
Como resultado de las reformas de los últimos años, en la actualidad 14 de los 18 países de la región permiten la reelección, si bien con modalidades diversas.
Venezuela (desde 2009) y Nicaragua (desde 2014) son los únicos países que hasta ahora permiten la reelección indefinida.
En cinco países –Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador y República Dominicana– la reelección consecutiva está permitida, pero no de manera indefinida (en cuatro de ellos solo se permite una reelección consecutiva y en el caso de Bolivia, de acuerdo con la reciente reforma, dos reelecciones consecutivas).
No obstante, presidentes que refundaron la institucionalidad mediante constituyentes se han podido beneficiar de un tercer periodo, al dejar fuera de su reforma el primer mandato presidencial (Bolivia y Ecuador).
A estos cinco países debemos agregar el ya mencionado caso de Honduras.
En otros seis casos solo es posible volver al poder después de transcurridos uno o dos mandatos presidenciales: Chile, Costa Rica, El Salvador, Panamá, Perú y Uruguay.
Como observamos, únicamente cuatro países prohíben de manera absoluta cualquier tipo de reelección: México, Guatemala, Paraguay y, desde julio pasado, Colombia.
Mi opinión. Esta fiebre reeleccionista es una mala noticia para una región como la nuestra, caracterizada por la debilidad institucional, la crisis de los partidos políticos, la creciente personalización de la política y, en varios países, el fenómeno del hiperpresidencialismo.
Algo anda muy mal cuando en una democracia un presidente se considera tan indispensable como para cambiar la Constitución con el objetivo de continuar en el poder.
Como bien señaló recientemente el papa Francisco: “Un buen líder es aquel que es capaz de generar otros líderes. Si un líder quiere sostener el liderazgo, es un tirano. El verdadero liderazgo es fructífero”. Para luego concluir: “Los líderes de hoy en día no estarán mañana. Si no siembran la semilla del liderazgo a otros, no tienen valor. Son dictadores”.
En ello coincido con el papa Francisco.
La salud de una democracia depende esencialmente de su capacidad para limitar el poder de los gobernantes para que estos no puedan acomodar la ley a sus ambiciones personales.
Dicho en otras palabras, la democracia en América Latina no necesita líderes que sean esclavos del pueblo, sino líderes que sean esclavos de la ley y de las instituciones.
Este artículo fue publicado inicialmente por La Nación.
Commentary
Op-ed¿Esclavos del pueblo o de las instituciones?
September 27, 2015