Nota del Editor: En un debate del Instituto Brookings con el director gerente del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn, Mauricio Cárdenas habló sobre cómo la crisis financiera global ha afectado a América Latina y sobre los planes de estímulo y los retos que enfrenta la región.
En mis comentarios abordaré tres puntos fundamentales:
En primer lugar, a diferencia de lo que se pensaba hace unos meses, América Latina está sufriendo una desaceleración considerable. No obstante, los flujos de caja siguen siendo positivos (aunque menores que en los últimos dos años) y el crédito para el sector privado crece en las economías principales, a excepción de una importante, México.
En segundo, la política monetaria se ha utilizado para allanar el ciclo financiero en países en los que la inflación parece estar bajando. El último movimiento en esta dirección es la decisión de Colombia, el pasado viernes, de recortar el tipo de interés en 100 puntos básicos, después de la reducción en 2,5 puntos porcentuales de Chile a mediados de febrero. Relajar la política monetaria como respuesta a los impactos externos negativos refleja un cambio fundamental en las condiciones macroeconómicas de la región.
Por el lado fiscal, la gran dependencia de las rentas públicas en las materias primas ha significado un mayores déficits, que funcionan como estabilizadores automáticos. En algunos países, también han aumentado los gastos discrecionales. Se han anunciado paquetes de estímulo fiscal del orden del 1% del PNB en casi todas las economías importantes de la región. Los países más pequeños han sido la excepción, y naturalmente es en éstos en los que deberíamos centrar nuestra atención.
En tercer lugar, una reducción mayor de la esperada en los flujos de capital podría afectar gravemente a las perspectivas de crecimiento, y al mismo tiempo reprimiría la capacidad de los bancos centrales y los gobiernos de mantener políticas anticíclicas. A pesar de que las reservas internacionales son relativamente altas, un revés considerable en los flujos de capital requeriría una importante financiación multilateral para evitar una profunda contracción económica. La preparación de las Instituciones Financieras Internacionales (IFI), incluyendo los bancos de desarrollo regionales, como el BID, debería ser la prioridad fundamental desde el punto de vista de la política económica internacional de Estados Unidos. Una decisión concreta en este punto por parte del G20 es indispensable.
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Los efectos de la crisis, entre los que se incluyen sobre todo una contracción en el volumen de las exportaciones, la caída de los precios de las exportaciones y una reducción de los ingresos por envíos de dinero, son evidentes en todas las economías latinoamericanas. Además, la inversión y el consumo privados están creciendo a un ritmo muy inferior al de 2007 y 2008, lo cual refleja una disminución de la confianza de consumidores y empresas.
La actividad económica está desacelerándose rápidamente, al menos a juzgar por los datos mensuales de producción industrial. En Brasil, la producción industrial cayó un 12,4% en diciembre, por tercer mes consecutivo. Las compañías brasileñas están recortando drásticamente los niveles de producción y reduciendo sus plantillas. Por ejemplo, Embraer (el cuarto fabricante aeronáutico del mundo) anunció la semana pasada que recortará su plantilla un 20% (lo cual equivale a 4.200 personas). Vale, el mayor productor del planeta de mineral de hierro, despidió en diciembre a 1.300 empleados. En diciembre, la producción industrial de México experimentó la peor caída en casi siete años disminuyendo un 6,7% (un 50% en la industria automovilística), lo cual refleja la reducción del 19% en las exportaciones a Estados Unidos. La contracción en la producción industrial alcanzó cifras de doble dígito en otros países, como Chile y Colombia (-10% en ambos casos).
En vista de la disminución generalizada de la demanda total, la mayoría de los analistas han revisado a la baja las previsiones de crecimiento. El pasado octubre, la perspectiva económica regional del FMI auguraba un índice de crecimiento del 3% para la región, que fue modificado en enero a un 1,1%. Pocos esperan que el crecimiento de la región supere este año el 1%. Una fuente importante de incertidumbre está relacionada con el crecimiento en Estados Unidos (la elasticidad del crecimiento en América Latina y el Caribe al crecimiento en Estados Unidos va del 1 al 0,5, dependiendo del país) así como las condiciones económicas en China. Si el crecimiento de China se ralentiza, América Latina se verá más afectada que otras partes del mundo.
Tal como están las cosas hoy en día, parece que el crecimiento del 2009 será negativo en México (a causa de su mayor interdependencia con la economía estadounidense y de la contracción de los créditos al consumidor) y en Argentina, Ecuador, Bolivia y Venezuela, que están pagando el precio asociado al alto riesgo país. Una contracción del 2% resulta realista para la mayoría de esos países. Un segundo grupo, que incluye a Brasil, Chile y Colombia, experimentará un crecimiento positivo moderado (del orden del 1,5%). Perú y Panamá presentarán un crecimiento atípico, con expansiones de aproximadamente el 4%.
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A diferencia de las crisis anteriores, esta vez no existe un revés importante en los flujos de capital. La inversión exterior en patrimonio directo se mantendrá fuerte (alrededor de 40 billones de dólares, en comparación con los 50 billones de dólares del año pasado), mientras que la cartera neta y los flujos de préstamo serán de aproximadamente cero. Al menos, ésa es la predicción del Instituto de Finanzas Internacionales. No obstante, cabe preguntarse cómo de seguro es asumir que la región será capaz de refinanciar sus obligaciones de bonos y préstamos, y que los inversores no sacaran su dinero de los mercados de capital locales.
El rendimiento de los diferenciales proporciona cierto consuelo. El riesgo país para las grandes economías de la región que están en armonía con el mercado es estable (los EMBI están entre 350 y 450 puntos básicos), lo cual es positivo. Los gobiernos han podido colocar nuevas emisiones de bonos (en cantidades limitadas) en los mercados internacionales. Son buenas noticias.
Sin embargo, las cosas podrían cambiar sin previo aviso. Los diferenciales actuales no son un indicador claro de los de mañana. Si el capital empieza a salir de la región, los bancos centrales no podrán recortar las tasas de interés y los gobiernos serán incapaces de financiar déficits mayores. Existe el riesgo de que los países de América Latina y el Caribe se vean obligados a volver a las políticas de ajuste y a su inclinación procíclica, característica de las últimas crisis, en especial a principios de los ochenta y finales de los noventa.
Para evitar que esto ocurra los líderes mundiales deben asegurarse de que las instituciones multilaterales son capaces de responder a unas condiciones mucho más graves. Aumentar su capital parece ser la opción más adecuada. No sólo les permitirá incrementar los préstamos sino también será la oportunidad de cambiar parte de las estructuras de gobierno de estas instituciones. No obstante, del dicho al hecho hay un trecho. Aumentar el capital de las multilaterales es un proceso a cámara lenta, incluso cuando no hay intención de reformar esas instituciones.
Una vía más rápida es cambiar las políticas de préstamo. Por ejemplo, el BID limita los préstamos a capital desembolsado, reservas y capital amortizable de los países no deudores. Si esta práctica se amplía para incluir el capital desembolsado de los países deudores con calidad de inversión, el BID mejorará su capacidad de enfrentarse a la situación actual.
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Por último, debo poner de relieve la importancia de separar los retos a corto y a largo plazo en las finanzas internacionales. Pocos dudan que la crisis actual proporciona un catalizador único para avanzar en la necesidad de mejorar el gobierno, la representatividad y la legitimidad de las instituciones multilaterales. Existe una conversación constante acerca de la necesidad de cambiar las normas y las prácticas que rigen presidencias, participaciones, poderes de veto y selección de directivos del FMI y del Banco Mundial. Los líderes del G20 pueden aprovechar la oportunidad para ponerse de acuerdo en estas cuestiones antes de la fecha prevista de enero de 2011.
Lo mismo podríamos decir de los cambios en la supervisión y regulación financiera internacional. Dada la interconexión de los mercados financieros, pocos pueden discutir la necesidad de una mayor coordinación entre las organizaciones que imponen las normas y aquellas encargadas de la vigilancia, tanto dentro como entre los países.
No obstante, me preocupa que los problemas relacionados con la arquitectura económica global están dejando a un lado dos asuntos más urgentes. Uno de ellos es la preparación del FMI y de los bancos multilaterales para afrontar una parada repentina de los flujos de capital a los países emergentes. Capitalizar de un modo preventivo los bancos de desarrollo regionales sería la decisión más sabia. El otro es la situación de los países con pocos ingresos que han sufrido una reducción de las exportaciones y del acceso a la financiación. Para evitar un reajuste crucial que sólo empeoraría la situación en esos países, debe crearse un nuevo mecanismo de crédito concesional, con menos condicionalidad y más flexibilidad. Ésa es la propuesta realizada acertadamente por el FMI.
Debo añadir que la duplicación de la ayuda externa debería incluirse en cualquier paquete de estímulo fiscal aprobado en el mundo desarrollado. Eso es lo que deberían acordar los líderes del G20 durante su reunión del 2 de abril en Londres.
Commentary
El impacto de la crisis financiera en los países de bajos ingresos
March 3, 2009