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Commentary

¿Por qué es que China se ha transformado de una cuestión política de tanta importancia?

Chinese and U.S. flags are set up for a signing ceremony during a visit by U.S. Secretary of Transportation Elaine Chao at China's Ministry of Transport in Beijing, China April 27, 2018. Picture taken April 27, 2018. REUTERS/Jason Lee - RC13D78E0020

Datos básicos

La formulación de una estrategia de interacción con China será una responsabilidad inevitable del gobierno del próximo presidente, independientemente de quién gane las elecciones. En campañas anteriores los candidatos de ambos partidos prometieron políticas más duras para con China. Si bien hay indicios de que los enfoques más agresivos cuentan con el apoyo de ambos partidos en el Congreso, el nivel de apoyo del público para con una relación contenciosa pone en duda la probabilidad de que las estrategias de respuesta al ascenso de China sean un tema prominente en las elecciones de 2020.

  • Puede alegarse que en Estados Unidos la desilusión de su comunidad empresarial ha sido el factor que más ha afectado la política de dicho país hacia China.

  • Si bien el gobierno de Trump presenta la relación sino-estadounidense como una competencia estratégica que se desarrolla en múltiples entornos, el presidente en sí se ha concentrado más específicamente en una reconfiguración de las relaciones comerciales y en la mejora de la balanza comercial.

  • Según la percepción que tienen los estadounidenses de China, resulta poco probable que el proceso electoral de 2020 genere un diálogo nacional exhaustivo relativo a la estrategia más eficiente para responder al ascenso de dicho país asiático.

 

Análisis detallado

China ha constituido una cuestión política de importancia en todas las elecciones presidenciales, por lo menos a partir de la de 1992 con los candidatos George H.W. Bush y Bill Clinton cuando, en la penumbra de la tragedia de Tiananmen, este último prometió mano dura para con los “matarifes de Beijín”. Clinton percibía a China como uno de los temas que le permitían atacar Bush, quien había priorizado la preservación de las relaciones con dicho país asiático en lugar de imponerle sanciones por la masacre de manifestantes pacíficos. Quizás con excepción de Barack Obama en 2008, los candidatos de ambos partidos han politizado la cuestión china para ganar puntos en cada una de las campañas presidenciales subsiguientes, al prometer que actuarían con mano dura y que obtendrían mejores términos en la relación sino-estadounidense que sus predecesores y contrincantes. Puede decirse con casi absoluta certeza que esta tendencia continuará en la elección presidencial de 2020.

China ha pasado de ser un país subdesarrollado al competidor económico más importante de Estados Unidos. Desde 1992 la participación de China en el PIB mundial ha aumentado de un 1 a un 16 por ciento. Durante este periodo la participación de Estados Unidos en dicho PIB ha disminuido levemente: de un 26 por ciento en 1992 a un 24 por ciento en 2017. Los grandes cambios se han suscitado debido a la reducción en las participaciones de Europa y de Japón.

El aumento de la potencia económica de China ha estado acompañado de una intensificación del comercio bilateral sino-estadounidense. En 2018 el déficit general en el comercio de bienes y servicios de Estados Unidos con China fue de 378.600 millones de dólares. En 2018 Estados Unidos importó más insumos desde China que desde cualquier otro país. China es el tercer mercado más grande para las exportaciones estadounidenses. Los productos agrícolas, las aeronaves, los semiconductores y los automotores se encuentran entre los principales artículos estadounidenses que se exportan a China, en tanto que Estados Unidos importa principalmente computadoras y artículos electrónicos de dicho país asiático.

Desde el anuncio de su candidatura presidencial Donald Trump ha percibido a China como un elemento importante de su marca política. Ha demostrado que está dispuesto a echar por tierra viejas convenciones y plantear nuevos enfoques respecto de lo que, según él, constituye un tratamiento injusto de China para con Estados Unidos. Ha expresado en forma constante que China se aprovecha de los puntos débiles de Estados Unidos a fin de enriquecerse y hacerse más potente a expensas de este último país.

Si bien el gobierno de Trump ha presentado esta relación como una competencia de carácter estratégico y multifacético, el presidente en sí se ha enfocado en un objetivo más específico.

Su retórica y su diplomacia personal para con los dirigentes chinos se han concentrado en la reconfiguración de las relaciones comerciales. De conformidad con sus convicciones, desde la década de 1980 ha individualizado a la balanza comercial como una de las medidas clave de la justicia en una relación bilateral. Asimismo, Trump ha seguido presionando a Beijín para que desempeñe un papel útil (o al menos no perjudicial) en cuanto a las acciones del presidente estadounidense dirigidas a la desnuclearización de Corea del Norte.

Entretanto, si bien existen indicios de un creciente apoyo político bipartidista para que se adopte un enfoque más agresivo respecto de China, dicho apoyo no está necesariamente presente en cuanto a las tácticas aplicadas por el gobierno de Trump a esos efectos. Hay congresistas como el senador Chuck Schumer demócrata, Nueva York) y Nancy Pelosi,  presidenta de la Cámara de Representantes (demócrata, California), que han alentado los esfuerzos encaminados a hacerle frente a China. Los senadores Mark Warner (demócrata, Virginia) y Marco Rubio (republicano, Florida) han hecho causa común en sus acciones para concientizar al público de las amenazas que China representa para Estados Unidos.

La conducta de Beijín ha tenido un efecto considerable en esta realineación política hacia China. Los dirigentes de dicho país asiático parecen haber dado marcha atrás en materia de reformas económicas, frustrado todo viso de esperanza de liberalización política, exacerbado su indiferencia respecto de las crecientes inquietudes de la comunidad empresarial estadounidense, intensificado sus esfuerzos para reprimir impugnaciones a las políticas del gobierno, procurado por la fuerza que diversos grupos étnicos se asimilen a la sociedad china, buscado profundizar su control de Hong Kong y puesto de relieve sus ambiciones de desplazar a Estados Unidos de su papel tradicional de liderazgo en Asia, e incluso quizás en otros roles.

Presumiblemente la desilución en el seno de la comunidad empresarial estadounidense ha sido el elemento que más ha afectado la política china en Estados Unidos. A inicios de la década de 1990, tras la tragedia de Tiananmen, la comunidad empresarial lideró el solicitud para que el gobierno de Clinton moderara su enfoque para con China. En ese momento el dirigente principal de ese país asiático, Deng Xiaoping, se encontraba implantando reformas dirigidas a la creación de un entorno más acogedor para las empresas extranjeras, lo que proporcionaba un incentivo para que el sector privado estadounidense apoyara una profundización de las relaciones. En la actualidad la situación se ha revertido. Las políticas económicas de Xi Jinping están consolidando condiciones menos equitativas para que las firmas extranjeras compitan con sus homólogas chinas, lo que ha hecho que importantes representantes de la comunidad empresarial retiren su apoyo para una mejora de las relaciones. Las medidas de alto perfil de Beijín dirigidas a obligar a las marcas estadounidenses a aceptar las posturas chinas en cuanto a temas sensibles como Hong Kong y Taiwán han profundizado la predisposición del sector empresarial estadounidense de ser percibido como a favor de una mejora en las relaciones por temor a que ese tipo de conducta pueda percibirse como una complicidad con el Partido Comunista Chino. En términos generales en la actualidad en Estados Unidos no hay un grupo con influencia política que abogue por un fortalecimiento de las relaciones sino-estadounidenses.

Al mismo tiempo no existe en Estados Unidos un amplio respaldo público para la adopción de una estrategia contenciosa para con China. Incluso si en Estados Unidos se registran actitudes públicas hacia China cada vez más desfavorables, esta tendencia no se condice con un apoyo del público para percibir a dicho país asiático como un peligro. Según una encuesta a nivel nacional realizada por el Chicago Council on Global Affairs, el público estadounidense está dividido casi por igual en cuanto a si Estados Unidos y China son mayormente rivales (49%) o socios (50%). China ocupa el octavo lugar en una lista de doce amenazas incluidas en la encuesta, muy por detrás de las correspondientes al terrorismo internacional y a los programas nucleares de Corea del Norte y de Irán. Una encuesta de Pew presenta resultados similares. En ella se solicitó a los encuestados que calificaran por orden siete amenazas. China se ubicó en cuarto lugar, detrás de cuestiones cibernéticas, el cambio climático e Irán. Un 66% de los consultados en otra encuesta del Chicago Council expresó su preferencia de abordar el tema del ascenso de China mediante mecanismos de cooperación amistosa e interacción, en tanto que solo un 30% prefirió procurar restricciones al poder de China.

Para muchos estadounidenses China no representa una preocupación primordial. En consecuencia, el comercio internacional constituye un conjunto de percepciones económicas generales, y no se encuentra entre las inquietudes prioritarias de los posibles votantes. Esta dinámica determinará los parámetros del debate político respecto de China en las próximas elecciones.

Todo esto sugiere que resulta sumamente probable que las elecciones presidenciales de 2020 no generarán un diálogo nacional exhaustivo en cuanto a la estrategia más eficaz para dar respuesta al ascenso de China. Si bien es posible que la obtención de una respuesta clara respecto de esta cuestión se vea aplazada por causa del periodo eleccionario, esa postergación no durará mucho tiempo. La formulación de una estrategia de interacción con el principal competidor mundial de Estados Unidos es una responsabilidad inevitable del próximo gobierno, independientemente de quién gane las elecciones.

Kevin Dong, auxiliar de investigación, prestó su ayuda para la elaboración del presente artículo y de sus cuadros.