La victoria de Barrack Obama ha desatado gran entusiasmo en América Latina. Las razones para ello son ligeramente misteriosas, pues nada de lo dicho por el nuevo presidente hace prever un cambio dramático en las relaciones hemisféricas. Aún más, salvo en algunos aspectos puntuales, ese cambio no parece ser urgente.
América Latina estuvo ausente de la discusión a lo largo de la campaña. Pese al enorme impacto de algunos de ellos sobre la vida cotidiana de EEUU, los problemas que plantea la relación con América Latina son de una intensidad menor que los desafíos que aguardan a Obama en el Medio Oriente, Rusia y, sobre todo, Pakistán y Afganistán.
En el disputado radar de la política exterior norteamericana, nuestro cuarto de hora ya pasó y no lo volveremos a tener por mucho tiempo. Aunque algunos suspiren por los días de la Alianza para el Progreso, cuando era posible encontrar en las salas de las casas la foto de Kennedy junto a la imagen del Corazón de Jesús, esos días no volverán. Tampoco es necesario. El fin de la Guerra Fría abrió una época de irrelevancia de América Latina para EEUU que ha sido positiva para la región. Y por más reacciones apopléjicas que genere, la verdad es que el Presidente Bush no se ha desviado de esta tendencia. En contraste con su desastroso legado en otras partes, Bush no ha hecho mayores tropelías en América Latina. Por el contrario, ha dado continuidad al fortalecimiento del intercambio comercial (una política que heredó de Clinton); intentó, sin éxito, una reforma migratoria razonablemente balanceada; y, en lo que será su legado más duradero, situó la relación con Brasil en un plano primordial, pragmático y constructivo. No es un balance estelar, pero tampoco malo.
El área migratoria es la que presenta mayores posibilidades de cambio. Una reforma que introduzca permisos temporales de trabajo en áreas críticas de la economía, que aumente la cantidad de visas permanentes y establezca una vía para legalizar a los 12 millones de inmigrantes ilegales, luce posible. Desplazar el énfasis del control de fronteras –simbolizado por el inútil muro fronterizo— a la administración de un flujo migratorio sustancial, constante y controlado, es de vital importancia para EEUU. Todo el crecimiento del mercado laboral en EEUU hasta el 2050 se deberá a los inmigrantes (casi todos latinos) y sus descendientes. Esa inmigración es la única forma de hacer viables las tasas de dependencia y las pensiones de este país. En un sentido literal, el bienestar futuro de EEUU depende de la inmigración latinoamericana.
Commentary
Op-edObama en América Latina
December 8, 2008