RESUMEN EJECUTIVO: Introducción
Una marca distintiva de la idiosincrasia anti-imperialista de la revolución cubana fue la estrepitosamente proclamada nacionalización de las empresas basadas en Estados Unidos que controlaban sectores claves de la economía cubana. En el conflicto estratégico con los Estados Unidos, el “enemigo histórico,” la revolución consolidó su poder mediante la escisión de la presencia económica estadounidense.
No es sorprendente que Cuba haya recibido flujos notablemente pequeños de inversión extranjera, aun teniendo en cuenta el modesto tamaño de su economía. En el siglo XXI, el mundo está inundado de inversiones transfronterizas de corporaciones, grandes y pequeñas. La expansión de la inversión extranjera directa (IED) hacia los países en desarrollo es una de las grandes historias de las décadas recientes, ya que creció desde $14 mil millones en 1985 a $617 mil millones en 2010. El gobierno cubano, no obstante, ha abierto una brecha—ya sea por negar directamente los permisos comerciales para operar o por desalentar indirectamente a los inversores—entre Cuba y el vasto océano de ahorros que circula en el mundo y conduce a la formación de capital, la difusión tecnológica, el crecimiento económico y la reducción de la pobreza en los países desarrollados y en desarrollo de igual modo.