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Soplan vientos de cambio en América del Sur

Evo Morales ha sufrido una derrota histórica en el referendo del pasado 21 de febrero en el que buscaba el apoyo ciudadano para aprobar una reforma constitucional que le permitiese volver a presentarse en el 2019 para en un nuevo mandato presidencial hasta 2025. Según resultados preliminares del Tribunal Supremo Electoral, el “No” venció al “Sí” por estrecho margen (51.30% a 48.70%).

Esta derrota constituye la tercera consecutiva que en los últimos meses sufren los oficialismos en América del Sur: la del kirchnerismo/peronismo en las presidenciales de Argentina de noviembre (tras 12 años en el poder); y la del chavismo en las legislativas de Venezuela del 6 de diciembre (después de 17 años de tener el control absoluto de la Asamblea Nacional).

En el caso de Morales fue, en términos futbolísticos, un autogol. Evo pecó de exceso de confianza, quizás influido por la sucesión ininterrumpida de triunfos apabullantes que logró durante la ultima década. Lo perdió –como acaba de escribir Martin Caparrós- la tentación de sí mismo.

¿Qué razones explican haber pasado, en un tiempo muy corto, del triunfo contundente de las elecciones presidenciales de 2014, donde obtuvo el 61%, a la derrota de hace unos días? En mi opinión ello obedece a la combinación de varios factores. Primero, no es lo mismo una elección presidencial (donde la oposición fue dividida) que un referéndum (en el cual la opción por el NO aglutinó a una gran pluralidad de sectores que, por motivos diversos, estaban en contra de que Evo pudiese buscar una nueva reelección). Segundo, los últimos meses no fueron nada fácil para el gobierno: a las malas noticias económicas (caída de los precios del petróleo y del gas) se le sumaron varios escándalos de corrupción, algunos de los cuales llegaron a salpicar al propio Evo. Y tercero, un sector de la ciudadanía partidaria del NO hizo un uso muy intenso e inteligente de las redes sociales, las cuales fueron un factor importante en la derrota del Si. Empero, el hecho de que Morales haya obtenido casi el 49% de los votos después de 10 años ininterrumpidos en el poder es un dato que no puede ser subestimado. Este proceso (del cual Evo sale debilitado pero no acabado) abre un escenario político totalmente inédito de cara a las elecciones presidenciales de 2019.

Habrá que ver qué sucede (para completar el cuadro de los países ALBA de América del Sur) en Ecuador en las presidenciales de febrero de 2017, ya que Rafael Correa está actualmente impedido (consecuencia de la reciente modificación en materia de reelección) para buscar un nuevo mandato.

Todo parece indicar que el nuevo ciclo económico (caracterizado por una marcada desaceleración económica, sobre todo en América del Sur), el cansancio de la ciudadanía con los “gobiernos largos” (muchos de ellos llevan más de una década en el poder) y su consiguiente desgaste, además de las nuevas demandas de mas transparencia y rendición de cuentas, repudio a la corrupción y la exigencia de servicios públicos de mejor calidad, están dando inicio a un nuevo ciclo político-electoral donde, a diferencia del pasado reciente (en el que prevalecía la continuidad de los oficialismos) se impone ahora el cambio y la alternancia.

Ya la combinación de estos factores había hecho mas difícil los triunfos del oficialismo en las numerosas elecciones sudamericanas del año 2014, obligando en varios casos (Brasil, Uruguay, Colombia) a tener que ir a una segunda vuelta para mantenerse en el poder. Durante el 2015, la situación económica de la región continuó deteriorándose (el promedio regional fue una contracción de 0.4%), en el plano social prevalecieron las malas noticias (estancamiento en la reducción de la pobreza –según la CEPAL- y aumentó por primera vez en cinco años el desempleo –según la OIT-), y se incrementaron los escándalos de corrupción que forzaron, en el caso de Guatemala, la renuncia del ex presidente Otto Pérez Molina y de su Vice-Presidenta y al arresto de ambos por presunta corrupción.

A diferencia de otros analistas, yo no interpreto estos resultados como un giro de la región de la izquierda a la derecha sino el cansancio de la ciudadanía con mandatarios que llevan muchos años en el gobierno y que, personalmente o vía sus partidos, desearían seguir muchos años más. Observo, asimismo,  el rechazo ciudadano a presidentes que se caracterizan por un alto grado de personalización, que buscan una fuerte concentración de poder en sus manos, que tienen un estilo muy confrontativo y polarizante, y cuyas administraciones se ven afectadas por graves escándalos de corrupción. Además, todos estos regímenes comparten un problema común que constituye una de sus principales debilidades: la sucesión del líder. Lo estamos viendo en Venezuela: la muerte de Chávez dio paso al desastroso gobierno de Nicolás Maduro.

En mi opinión, lo que sí pareciera estar cada vez más claro es que los vientos de cambio y de la alternancia comienzan a soplar cada vez con mayor fuerza en la región, en especial en América del Sur. También que la época de los hiper-presidentes estaría llegando a su fin. Una ciudadanía crecientemente informada, empoderada y exigente, mediante el voto, la movilización en las calles y el uso de las redes sociales (Morales acaba de culpar a estas de su derrota), les está poniendo claros limites a los intentos de estos mandatarios de querer concentrar demasiado poder e intentar permanecer de manera indefinida.

Sin embargo debemos ser cuidadosos en el análisis y no extraer conclusiones apresuradas. No creo que estos resultados traigan aparejado el fin inminente de los movimientos políticos que fueron derrotados en las urnas en los últimos tres meses. De ahí la importancia de monitorear muy de cerca las próximas elecciones presidenciales, no sólo las de 2016 (Perú, República Dominicana y Nicaragua) sino sobre todo las de 2017 y 2018: en particular en Ecuador, Chile, Brasil, México, Colombia y Venezuela (si es que éstas no terminan adelantándose como consecuencia de la actual crisis económica y del choque de poderes entre el gobierno y la oposición).

Sólo con posterioridad a estos procesos y a la luz de sus resultados estaremos en condiciones de comprender mejor los rasgos y las tendencias del nuevo ciclo político-electoral que está emergiendo en América Latina. 

Este artículo fue publicado originalmente in La Nación.