Pietro Nivola resuma los beneficios de la intensa polarización que encontramos en la política de Estados Unidos. William Galston ofrece su respuesta en “ Un ¡Hurra! con matices por el bipartidismo .”
El 20 de enero, desde los peldaños del Capitolio, el presidente Barack Obama abogó por el final de la política de “disputas mezquinas” y “dogmas obsoletos”. Se suponía que el año 2009 debía señalar el despertar de una nueva era postpartidista. Con suerte, Demócratas y Republicanos dejarían de pelearse y finalmente se pondrían a trabajar juntos. Había llegado el momento, exhortó el nuevo presidente inspirándose en las Sagradas Escrituras, de dejar a un lado polémicas “infantiles”.
No obstante, resulte infantil o no, la política partidista de Estados Unidos sigue tan persistentemente intensa y polarizada como siempre. Parafraseando una vez más las Sagradas Escrituras, los corderos siguen sin estar dispuestos a recostarse junto a los leones. Y encontramos pocas muestras de que las armas partidistas se estén convirtiendo en aperos de labranza. En lugar de inaugurar una nueva era de respeto mutuo entre los partidos en la Cámara de Representantes, el presidente y la mayoría Demócrata no recibieron ni un solo voto Republicano en su primera gran prueba legislativa, la votación de la llamada Ley de Recuperación y Reinversión Estadounidense (o “plan de estímulo económico”). Más recientemente, ni un solo Republicano del Senado o de la Cámara votó a favor de la moción simultánea sobre el presupuesto del presidente. Probablemente nos esperen más votaciones partidistas en bloque en el futuro.
Así pues, me dispongo a proponer una idea herética. Tal vez, entre todas las exageradas expectativas que tenemos para la presidencia de Obama y que deberíamos suavizar, las referentes al advenimiento del “postpartidismo” tendrían que disminuir, y drásticamente. En otras palabras, aceptémoslo. El turbulento mundo de la política partidista no va a cambiar. Y aún hay más -algo que supone una herejía aun mayor- ese hecho de la vida política no es del todo horrible.
Mayoritarismo
Hoy en día, los partidos Demócrata y Republicano tienen unas ideologías más fuertes y definidas que en la pasada generación. En el Congreso, las líneas entre los partidos se hacían menos claras por la existencia de los llamados Republicanos liberales y Demócratas verdaderamente conservadores. Hoy en día esas facciones son especies en vías de extinción. El por qué de su desaparición es una larga historia que ha sido objeto de un extenso estudio titulado Red and Blue Nation? patrocinado conjuntamente por Brookings y por el Instituto Hoover de la Universidad de Stanford. Para el tema que nos ocupa actualmente, basta con comentar que las discusiones entre Republicanos y Demócratas son algo más que “disputas mezquinas” (aunque también hay muchas que podrían calificarse de esta forma); las diferencias entre ambos partidos están muy arraigadas y reflejan fundamentalmente las distintas convicciones de grandes bloques de votantes, no sólo de sus representantes electos. Por ejemplo, mientras que un abrumador 84% de los Demócratas parece creer que “es responsabilidad del gobierno asegurarse de que todos los estadounidenses disponen de una sanidad adecuada”, resulta que sólo el 34% de los Republicanos está de acuerdo, según una reputada encuesta nacional realizada el noviembre pasado.
Debido a que los partidos están más cohesionados, también tienen una mayor disciplina. Si un miembro del Congreso está de acuerdo básicamente con la posición de su partido en los temas más importantes, ¿por qué pasarse al otro bando en las votaciones clave? Los americanos de la generación del boom de la natalidad no están acostumbrados a ver una unidad tan grande en el seno de un partido. Recuerdan los viejos tiempos en los que la principal forma de hacer negocios en el Congreso de Estados Unidos era improvisar coaliciones distintas para cada ocasión. ¿Que quieres una ley sobre los derechos civiles? Pon de tu parte a los Demócratas del norte y a los Republicanos moderados, y cruza los dedos por tener suficientes votos paradominar la falange conservadora formada por los Demócratas del sur y los Republicanos que abogan por los derechos de los estados. ¿Que son los años sesenta y quieres más dinero para la Guerra de Vietnam? Combina un apoyo sólido de ese bloque conservador bipartidista con muchos otros incondicionales militaristas de ambos partidos (hay que pensar en partidarios fiables del Partido Republicano como Everett Dirksen, pero también en los Demócratas “Scoop Jackson”), y de ahí obtendrás la financiación necesaria.
El sistema de partidos actual se parece cada vez menos al de hace medio siglo. En lugar de eso, se parece a la política del resto de periodos de la historia americana, por ejemplo la de finales del siglo XIX, cuando los dos partidos también estaban muy unidos internamente y profundamente enfrentados entre ellos. En esos periodos, los partidos estadounidenses se han comportado de un modo más parecido a los partidos políticos de los regímenes parlamentarios, en los que el partido que goza de la mayoría de los votos gobierna, y el partido minoritario forma sistemáticamente una oposición leal.
Es necesario tener en cuenta esta característica distintiva del modelo parlamentario: la mayoría no sólo puede, votando en bloque, imponerse sin ayuda de los miembros de la oposición, sino que todo lo que necesita para legislar es una mayoría simple de los legisladores. Las mayorías cualificadas- necesarias en el Senado de los Estados Unidos para evitar una obstrucción en las votaciones- no suelen formarse en el sistema parlamentario. En otras palabras, ese tipo de sistema funciona como nuestro proceso de reconciliación presupuestaria del Congreso, en el que un margen de un único voto en el Congreso y 51 votos en el Senado al mínimo son suficientes para adoptar una ley.
Se expresa mucha consternación por la tendencia hacia una política mayoritarista (es decir, de estilo parlamentario) en Estados Unidos. Los Demócratas protestaron cuando el Partido Republicano, liderado por George W. Bush, aprobó las reducciones de impuestos en el Congreso gracias a un voto casi en bloque del partido, y al voto de calidad del vicepresidente Cheney. Ahora, los Republicanos protestarán si la administración Obama y los líderes Demócratas del Congreso deciden utilizar el procedimiento de reconciliación para convertir en ley la reforma de la sanidad.
No obstante, ¿está justificada esta protesta?
Transparencia
Una de las ventajas de la democracia parlamentaria es que el electorado sabe lo que puede esperar. Lo que ves (o votas) es lo que hay. A medida que Estados Unidos se dirige hacia el sistema parlamentario, si los votantes eligen a un presidente y a una mayoría en el Congreso del bando Republicano, cabe predecir que se realizarán reducciones de impuestos. Si los votantes eligen a un presidente y a una mayoría en el congreso Demócrata, teniendo en cuenta que la plataforma del partido declara que un sistema sanitaria universal es un “imperativo moral”, ¿podemos adivinar qué va a ocurrir? Se aprobarán leyes para ampliar la cobertura de la sanidad pública. Admito que es posible cuestionar los méritos políticos de las prioridades de cada partido. Una reducción de impuestos robotizada hará que el déficit vaya aumentando, y muy probablemente un sistema sanitaria universal también. Sin embargo, si los votantes han autorizado explícitamente a sus representantes electos para llevar a cabo alguna de estas medidas, ¿quiénes somos “nosotros” para impedirlos?
Además, los votantes tienen múltiples oportunidades para cambiar de opinión. Si consideran que el gobierno está cometiendo errores, o prefieren una agenda alternativa a la ofrecida por éste, pueden echar a la calle a sus representantes. Ciertamente, en este país, a diferencia de casi cualquier otra democracia, el público tiene la oportunidad de ejercer este derecho con una frecuencia extraordinaria: cada dos años.
Tampoco desde el punto de vista de la teoría democrática resulta fácil exponer argumentos inquebrantables a favor de que el Congreso y el presidente se vean obligados a conseguir mayorías cualificadas para aprobar sus prioridades más importantes. La nuestra, como cualquier otra democracia sólida, debe mantener el equilibrio entre el gobierno de la mayoría y los derechos de la minoría. No obstante, un orden político en el que técnicamente poco más del 7% de una legislatura – es decir, un subgrupo que posiblemente representa sólo al 10% de la población- puede tener la última palabra, como supone la aritmética de nuestro Senado, despierta algunas dudas importantes sobre la transparencia democrática, e incluso la legitimidad. Aceptémoslo: la práctica habitual de poner en manos de una minoría el derecho a veto es algo difícil de conciliar con un gobierno “del pueblo, por el pueblo, para el pueblo.”
Las virtudes de la elección, no del eco
Tengo una cosa más que decir en defensa del aumento del partidismo: ha conseguido hacer que las elecciones sean más interesantes.
Los votantes suelen mostrarse indiferentes y apáticos cuando se les pide que elijan entre alternativas que son “prácticamente iguales”, que es lo que se decía de nuestro antiguo sistema bipartidista durante la época de mayor mezcla entre ambos partidos.
En cambio, tal como demuestra Marc J. Hetherington de la Universidad Vanderbilt en un capítulo clave de Red and Blue Nation?, la participación electoral ha aumentado vertiginosamente a medida que las diferencias entre ambos partidos se han vuelto más marcadas.
El electorado no pierde el interés por el abismo, y la competitividad, entre ambos partidos. Por el contrario, Hetherington considera que la polarización de los partidos políticos ha atraído a votantes de todas las tendencias liberales, conservadores y moderados. El aumento del compromiso cívico y del número de votantes son características distintivas de una democracia vibrante, no de una “descompuesta”.
Commentary
Op-edEn defensa de la política partidista
April 8, 2009