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¿Puede una mayor educación aumentar el crecimiento económico en México?

La educación se encuentra en el primer lugar de la lista de prioridades de todos los expertos en desarrollo, y con buena razón. El consenso general de que la educación es central para el bienestar de las personas ha llevado a los gobiernos a destinar una considerable cantidad de recursos para aumentar la cobertura y calidad de sus sistemas educativos. Si bien estos esfuerzos son ciertamente apreciados, y sin lugar a duda aumentarán el bienestar social, el supuesto tácito ha sido que estos contribuirán al crecimiento en todas partes. En otras palabras, si la oferta de capital humano pudiese ser aumentada, entonces el crecimiento aumentaría. 

La Figura 1 ilustra los retornos financieros a la educación en México desde 1996 a 2015. Estos son medidos como la diferencia porcentual en los salarios promedio de trabajadores que han completado educación primaria, secundaria, y preparatoria, así como de aquellos que tienen al menos algo de educación universitaria (com primcom JH, com SHuniv, respectivamente), con respeto a trabajadores que no completaron educación primaria.

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El gráfico muestra una tendencia desconcertante: Si la educación restringió el crecimiento de México durante las últimas dos décadas, ¿por qué disminuyeron los retornos para quienes tienen más años de escolaridad? ¿No debiésemos esperar lo opuesto, es decir, que en un contexto de creciente escasez de capital humano calificado el mercado aumentase el premio a los más educados?

Luis Felipe López-Calva y yo hemos explorado la hipótesis de que en México el crecimiento no ha sido restringido por escasez de capital humano. Los retornos a la educación han caído debido a que, si bien la oferta de trabajadores con más educación ha aumentado notablemente y su calidad ha mejorado, la demanda de trabajadores más educados se ha rezagado. En otras palabras, la respuesta a esta pregunta se encuentra en el lado de la demanda del mercado.

Entonces, ¿qué ha pasado con la demanda de capital humano en México? La observación clave es que la demanda de trabajadores de distintos niveles educativos por parte de empresas y negocios (que en adelante llamaré firmas) depende del tipo de firmas presentes en el mercado. En México, las tortillas son producidas tanto por grandes firmas con maquinaria sofisticada, como por pequeñas firmas con tecnología simple. Las primeras emplean ingenieros, contadores y administradores con títulos en negocios; las segundas solo requieren trabajadores alfabetizados y con habilidades numéricas básicas. Si hay muchas firmas grandes, la demanda de trabajadores más educados es más alta; si hay pocas, esta es más baja.

Una situación similar ocurre en la industria de transporte: los servicios pueden ser provistos por cientos de conductores independientes, cada uno operando su propio camión, o por una gran firma que emplee a cientos de conductores. En ambos casos, el número de trabajadores y camiones es el mismo, pero en el caso de la firma grande es necesario precisar de un contador y un ingeniero logístico para coordinar las rutas. La situación se repite en la industria textil, el procesamiento de alimentos, o el comercio minorista. En éstos y muchos otros casos, firmas de tamaño y complejidad tecnológica varios producen bienes similares, pero sus demandas en términos de la educación de sus trabajadores difieren.

En todos los países coexisten firmas de distintos niveles de productividad, pero México destaca del resto en la medida en que lo hacen. Como referencia, en el sector manufacturero de los Estados Unidos, las firmas más productivas son aproximadamente cuatro veces más productivas que la firma promedio, comparado con 16 veces en México; por contrapartida, en Estados Unidos las firmas menos productivas son aproximadamente 1/16 menos productivas que la firma promedio, comparado con 1/256 en México. Las diferencias entre México y otros países de América Latina son menos dramáticas, pero siguen siendo sustanciales.

La coexistencia de firmas tan heterogéneas en el mismo mercado (definido estrictamente) es una manifestación de la gran ineficiencia asignativa de México. Si de alguna manera los cientos de conductores independientes de camiones pudiesen ser agrupados en una firma, la productividad del sector de transporte aumentaría y, críticamente, también lo haría la demanda de trabajadores más educados. Del mismo modo, si más tortillas pudiesen ser producidas por firmas más complejas, la productividad del sector de las tortillas aumentaría también, y de la misma forma lo haría la demanda de trabajadores más educados. Precisamente qué es lo que impide que esto ocurra, es decir, qué es lo que causa este ineficiente nivel de asignación de recursos, es motivo de debate; pero tal como la Figura 1 deja claro, la falta de trabajadores educados claramente no es la razón.

Las firmas pequeñas de baja productividad que producen tortillas y los conductores de camiones independientes son usualmente descritos como parte del sector informal, mientras que las grandes firmas de alta productividad que producen tortillas y los servicios de transporte constituyen el llamado sector formal. Se ha dedicado mucha tinta a estos términos (muchas veces generando confusión), pero abstrayendo de etiquetas y nombres hay dos puntos críticos. Primero, la demanda de trabajo educado depende del tipo y tamaño de firmas presentes en la economía. Segundo, cuando los recursos son asignados ineficientemente hacia las firmas pequeñas e informales, la demanda relativa de trabajadores con más años de escolaridad se verá reducida.

Para ver el cómo las diferencias en el tamaño y tipo de firmas afectan los retornos a la educación, López-Calva y yo estimamos cómo los salarios de los trabajadores informales cambiarían si fuesen empleados por firmas formales. El ejercicio mide el impacto de una reducción en la ineficiencia asignativa sobre la demanda de trabajadores de diversos niveles de educación, manteniendo la oferta de cada grupo educacional constante. La Figura 2 muestra los resultados para trabajadores con educación primaria y universitaria (el eje horizontal mide los salarios por hora en pesos de 2008, pero nótese que las escalas son distintas).

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El contraste es marcado: En ambos casos la distribución se mueve a la derecha hacia salarios más altos, pero si bien el salario promedio de los trabajadores con primaria aumenta solo un tres por ciento, para los trabajadores con educación universitaria el salario promedio aumenta un 29 por ciento. Estos resultados resaltan dos puntos. Primero, la ineficiencia asignativa es costosa para los trabajadores, dado que las pérdidas de productividad implícitas reducen los salarios de todos los trabajadores. Segundo, reducir la ineficiencia asignativa incrementa las diferencias entre los salarios promedio de distintos grupos educativos, como consecuencia aumentando los retornos a la educación.

La Figura 2 sugiere que a falta de ineficiencia asignativa, la distancia entre las líneas mostradas en la Figura 1 aumentarían; sin embargo, esto no necesariamente significa que las pendientes de estas líneas cambiarían. Esto importa porque uno podría argumentar que la ineficiencia asignativa solo causa una reducción en el nivel de los retornos a la educación pero no afecta las tendencias.

Para entender qué hay detrás de estas tendencias, se deben considerar conjuntamente dos fenómenos. Por el lado de la oferta, durante el período considerado en la Figura 1, la participación laboral creció a una tasa promedio de 2,3 por ciento anual, pero su composición educacional cambió drásticamente. La oferta de trabajadores con primaria completa creció solo un 0,8 por ciento, mientras que la de trabajadores con bachillerato completo y educación universitaria crecieron 6,1 por ciento y 4,4 por ciento, respectivamente.

Por el lado de la demanda, una característica sorprendente de México es que, a pesar de numerosas reformas durante las últimas dos décadas, la ineficiencia asignativa ha aumentado ligeramente. Para dar una idea general, en 1998 la diferencia en productividad entre las firmas en el percentil 25 y 75 de la distribución de productividad era un 23 por ciento, mientras que en 2013 era de 39 por ciento (los números para las firmas en el percentil 10 y 90 respectivamente son 139 por ciento y 180 por ciento). La contracara de este fenómeno es que las firmas informales han crecido más que las formales, y han atraído más recursos.

En otras palabras, durante estas dos décadas hubo un crecimiento desbalanceado entre la oferta y demanda de trabajadores educados, un desbalance directamente asociado con la persistencia de la ineficiencia asignativa. En su ausencia, las tendencias en la demanda de trabajadores educados habrían sido diferentes y, dado el comportamiento de la oferta, también lo habrían sido las tendencias en los retornos a la educación.

La ineficiencia asignativa no es de ninguna manera una característica exclusivamente mexicana. Muchos países en desarrollo de América Latina se caracterizan por la presencia de numerosas firmas pequeñas con bajos niveles de productividad y altas cantidades de trabajadores independientes. En otras palabras, tienen sectores informales grandes y consecuentemente padecen de ineficiencia asignativa. Si bien los factores específicos que generan ineficiencia asignativa probablemente difieran de un país a otro, al fenómeno se le pueden atribuir dos resultados indeseables en todas estas economías: baja productividad y una baja demanda de trabajadores más educados.

Muchos países están invirtiendo fuertemente en educación y desarrollando reformas para mejorar su calidad. Estos esfuerzos son muy valiosos y deben continuar. Sin embargo, en casos como el de México, los retornos a estos esfuerzos están siendo frustrados por altos niveles de ineficiencia asignativa. Las ganancias potenciales de productividad de una mano de obra más educada pueden, en esas circunstancias, ser solo eso: potenciales. No todo se trata de la oferta.

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