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Commentary

Op-ed

Un hurra con matices por el bipartidismo

William A. Galston
Bill Galston
William A. Galston Ezra K. Zilkha Chair and Senior Fellow - Governance Studies

April 7, 2009

Como respuesta al artículo “En defensa de la política partidista” de Pietro Nivola, William Galston advierte que un incremento de la polarización y el partidismo en Estados Unidos tiene más consecuencias negativas que positivas.

Pietro Nivola tiene razón acerca de la política partidista, aunque sólo hasta cierto punto. Él habla sobre el tipo de partidismo que no se basa simplemente en diferencias de afiliación y lealtad (aunque éstas pueden ser muy profundas), sino en acusadas diferencias políticas e ideológicas. Es difícil negar que este tipo de diferencias potencian la transparencia, y las recientes elecciones demuestran que el fervor suscitado por un intenso partidismo hace aumentar el interés y el número de votantes. Existe además otro argumento en favor del partidismo polarizado: los votantes reconocen una mayor confianza en su capacidad de entender las diferencias entre los partidos- y las opciones que tienen.

Así pues, ¿qué tiene de malo el partidismo? Pues en realidad, bastantes cosas. La polarización partidista tiene como consecuencia una menor probabilidad de que los partidos busquen puntos en común entre ellos o alcancen acuerdos. Como resultado, a menudo encontramos una fluctuación de las políticas: vamos moviéndonos entre posiciones polarizadas conforme cambia el control del gobierno. Este patrón se observa más claramente en los asuntos culturales conflictivos, especialmente el aborto, pero a menudo aparece también en temas económicos ―por ejemplo, los impuestos― y en cuestiones internacionales como el control de armamento. Difícilmente podemos considerar que esa fluctuación fomenta nuestro bienestar nacional o nuestra credibilidad en el extranjero.

Lo que es peor, el partidismo polarizado crea un clima en el que es probable que cada partido niegue cualquier virtud o verdad del otro. No obstante, como ningún partido tiene el monopolio de la virtud y la verdad, lo único que consigue este modo de pensar es hacer imposible una legislación basada en la unión de las mejores ideas de ambos. Por ejemplo, algunos creen que deberíamos promulgar el tipo de seguridad social universal que ha propuesto Barack Obama… y que deberíamos pagarlo limitando el tratamiento de favor tributario del que gozan hoy en día los seguros médicos ofrecidos por los empleadores, tal como ha propuesto John McCain. Aunque algunos de los miembros de la administración estén probablemente a favor de este enfoque, y sin lugar a dudas también algunos Demócratas del Senado, la política partidista polarizada dificulta en gran medida que lo digan abiertamente, por no hablar de proponerlo como acuerdo.

Existe otro problema: la polarización partidista suele crear una profecía autocumplida. Si los Demócratas están seguros de que los Republicanos sólo obstruirán su agenda legislativa, ¿por qué permitirles participar en su preparación? (El reciente proyecto de ley de estímulo económico es un ejemplo perfecto de este síndrome.) Como resultado, la “contienda Hatfield-McCoy” en el Congreso continuará indefinidamente: cuando los Republicanos retomen el control, harán todo lo posible por impedir que los Demócratas participen… y la naturaleza humana dicta que aquellos que se sienten excluidos de un proceso desean que resulte en un fracaso. Sin lugar a dudas, un sistema político es más saludable cuando la gran mayoría de sus ciudadanos abogan por el éxito.

Además, otro problema radica en que un presidente elegido en parte gracias a la promesa de reducir la intensidad del partidismo en Washington goza en la actualidad de los índices de aprobación más polarizados que ha recibido ningún nuevo presidente en los últimos cuarenta años. Según una reciente encuesta del Pew, el 88% de los Demócratas aprueban la labor que está realizando Barack Obama, frente al 27% de los Republicanos, una brecha de 61 puntos, aún mayor que la existente en los primeros meses de presidencia de George W. Bush o Ronald Reagan. Como descubrió George W. Bush, la polarización es un arma de doble filo: cuando las consecuencias de las políticas que adoptaba alejaban a sus seguidores, se exponía a una caída sin red.

Todavía no he mencionado las consecuencias negativas de la polarización que Nivola y yo identificamos en nuestro capítulo conjunto para el libro Red and Blue Nation?. Entre ellas se incluyen un proceso de confirmación judicial disfuncional, la dificultad de mantener una política de exteriores firme, la casi imposibilidad de emprender operaciones políticamente arriesgadas como la reforma de las ayudas sociales, y la disminución de la confianza del público en el gobierno.

Para la administración y los Demócratas del Congreso resultará tentador aprovechar lo que contemplan como una oportunidad histórica para promulgar medidas por las que llevan tanto tiempo luchando como el seguro médico universal, opinen lo que opinen los Republicanos, basándose en su mayoría simple. Es posible que puedan hacerlo, y tal vez no tengan otra elección. De todas formas, vale la pena recordar lo que el difunto Senador Daniel Patrick Moynihan decía a menudo: unos cambios duraderos en las políticas más trascendentales nunca, o muy raramente, se construyen con estrechas mayorías partidistas.