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Elección de Piñera y fin de época en Chile

Presidential candidate Sebastian Pinera waves to supporters after winning Chile's presidential election, in Santiago, December 17, 2017. REUTERS/Ivan Alvarado - RC1792F5CCD0

La elección de Sebastián Piñera como presidente de Chile para el periodo 2018-2022 encierra una buena dosis de continuidad y, a la vez, contiene elementos de cambio a corto, medio y largo plazo. La continuidad viene dada no solo por la reelección de Piñera, quien ya fue presidente (2010-2014), sino porque entre 2006 y 2022, Chile va a haber sido gobernado por solo dos mandatarios (Michelle Bachelet, 2006-2010/2014-2018, y Piñera, 2010-2014 y 2018-2022). Ambos, miembros de las dos coaliciones que han alcanzado el poder y se han sucedido en la presidencia desde 1990.

Cambios a derecha e izquierda

Los resultados de la primera y de la segunda vuelta también transmiten importantes signos de cambio dentro de esa continuidad y sitúan al sistema político chileno, tal y como se forjó en los años 80 y 90, ante un fin de época.

El centroderecha (Chile Vamos) ha triunfado pero esta coalición se ha hecho mucho más heterogénea de lo que ya era históricamente la alianza formada por la UDI y Renovación Nacional. La victoria de Piñera se ha basado en su capacidad para superar el fracaso de la primera vuelta, donde obtuvo poco más del 36% de los votos (aspiraba a llegar al 50%). En el balotaje Piñera ha obtenido el apoyo de la derecha extrema (la de José Antonio Kast, quien conquistó casi el 8% el pasado19 de noviembre) y el de las nuevas sensibilidades emergentes: la de la derecha liberal de Felipe Kast, líder de Evópoli, y la de la derecha popular de Manuel José Ossandón. La nueva gestión piñerista no va a poder eludir la aparición de esos nuevos liderazgos que aspirarán a recoger la herencia de Piñera para 2021-22.

Si el centroderecha está abocado a impulsar cambios en su dinámica interna, mucho más lo va tener que hacer el amplio sector que va desde el centroizquierda (el concertacionismo) a la izquierda radical (el Frente Amplio) obligados a reinventarse. Fuerza de Mayoría (la vieja Concertación y la antigua Nueva Mayoría) ha sufrido un fuerte golpe tanto en primera vuelta (obtuvo la peor votación de un oficialismo desde 1989) como en la segunda vuelta donde ha quedado muy lejos de Piñera (a nueve puntos: 54,5% vs 45,4%).

El histórico concertacionismo corre el riesgo de desaparecer a causa de una triple crisis: de liderazgo (Alejandro Guillier ha sido un candidato poco atractivo y escasa capacidad estratégica); de identidad (ha perdido votos por su derecha—por primera vez la histórica alianza entre el PS y la DC se rompió—y por su izquierda con el surgimiento del Frente Amplio); y de proyecto. En este sentido ha tratado de defender, con escasa convicción, posturas muy difícilmente aunables reivindicando el reformismo concertacionista de 1990-2010; el proyecto de cambios más rupturistas impulsados por la presidenta Bachelet en su segundo mandato; y promesas de reformas más disruptivas de cara al futuro, con el fin de atraer el respaldo del Frente Amplio. Posiblemente las de 2017 hayan sido las elecciones que enterraron a un exitoso experimento histórico nacido para enfrentarse al régimen de Augusto Pinochet y que fue hegemónico durante dos décadas.

La victoria de Piñera, mucho más amplia de lo que marcaban las, de nuevo, erradas encuestas, se ha debido a varias circunstancias. En primer lugar, el número de votantes en la segunda vuelta aumentó en 300 mil votantes y no solo se movilizó la izquierda como se especulaba. Piñera logró muchos más votos que en la primera vuelta debido a  que captó el apoyo de una parte de la derecha que no fue a votar el 19 de noviembre confiando en lo que marcaban las encuestas (un amplio triunfo de Chile Vamos que al final no aconteció) En el balotaje, el voto del miedo ante el riesgo de un giro a la izquierda (o a un gobierno de centroizquierda de Guillier muy dependiente del respaldo del Frente Amplio) ha movilizado al centroderecha y a la derecha abstencionista.

En segundo lugar, el respaldo reacio que le ha brindado el Frente Amplio a Alejandro Guillier no ha ayudado a movilizar el decisivo voto de la izquierda (que representaba un 20% de quienes votaron en primera vuelta a Beatriz Sánchez, la candidata del frenteamplismo). Para captar ese voto, el de la DC y de aquellos que optaron por Marco Enríquez-Ominami, Guillier transformó el balotaje en un plebiscito sobre su rival  y buscó congregar a su alrededor el llamado “voto del mal mayor”, el del rechazo a Piñera (señalado desde la izquierda como un empresario millonario defensor de reformas “neoliberales”). El Frente Amplio acabó concediendo, casi a regañadientes, un respaldo vergonzante. Buscando compensar ese insuficiente apoyo, Guillier trató de dar un giro a la izquierda a su propuesta pero ese esfuerzo no fue suficiente y la reversión del resultado no se produjo (como no ocurrió tampoco en anteriores balotajes, los de 1999, 2005, 2009 y 2013).

¿Qué representa la victoria de Piñera a escala regional latinoamericana?

Desde un punto de vista regional latinoamericano, el triunfo de Piñera en las elecciones chilenas consolida el cambio de coyuntura política que vive la región desde que en 2015 empezaran a sucederse victorias de candidatos del centroderecha (Macri y Kuczynski). De tener lugar nuevas victorias del centroderecha en Colombia, México y Brasil a lo largo de 2018 estos resultados harían que ese cambio de coyuntura política se transformara, definitivamente, en un cambio de tendencia y ciclo político a escala regional.

El triunfo de Piñera, como ocurriera con el de Macri, implica la más que probable puesta en marcha en Chile de un paquete de reformas estructurales (pro-mercado) para sacar al país del débil crecimiento en el que se encuentra. Unas reformas de tinte liberal que no van a ser sencillas de acometer. En primer lugar, porque serán muy resistidas. Y en segundo lugar porque el gobierno de Piñera, como el de Macri, enfrentará un Congreso más fragmentado donde el nuevo oficialismo, Chile Vamos, se encuentra muy lejos de la mayoría cualificada y a 11 escaños de la mayoría absoluta. Además, no tendrá fácil encontrar apoyos ni en la izquierda moderada—Fuerza de la Mayoría—ni en la radical del Frente Amplio por lo que su margen de acción queda reducido a la Democracia Cristiana cuyos diputados se encuentran situados a la izquierda de su partido.

Finalmente, la victoria de Piñera refuerza los procesos de integración regional ya que  facilita la convergencia y construcción de puentes entre la Alianza del Pacífico (a falta de lo que ocurra en los comicios de México y Colombia y cuál sea el futuro de Pedro Pablo Kuczynski) y Mercosur donde Macri defiende el acercamiento a la Alianza (a la espera también de lo que ocurra en los comicios de Brasil).

Conclusiones

Las elecciones presidenciales de 2017 en Chile marcan un punto de inflexión en la historia del país andino ya que representan una suerte de comicios “fin de época”. El golpe sufrido por Fuerza de Mayoría obliga a la coalición de centroizquierda a reinventarse tras perder votos por su izquierda y vivir un divorcio—que se antoja definitivo—con su centro (la DC, por primera vez, fue a unas presidenciales al margen de la coalición). El centroderecha está abocado a rediseñarse si quiere sobrevivir y no verse inmersa en un proceso de decadencia como el del viejo concertacionismo.

Igualmente, el heterogéneo Frente Amplio tiene por delante cuatro años para cohesionarse internamente (más de una decena de fuerzas integran esta coalición) y romper su techo electoral para convertirse en una real alternativa de gobierno. Ese 20% ha llegado para quedarse y no es un voto volátil como el que respaldó en 2009 a Marco Enríquez-Ominami. La expansión del frenteamplismo pasa por apelar al voto de centroizquierda para lo cual esta coalición debe abandonar su innato rechazo hacia todo lo que huela a concertacionismo, su lógico aliado para llegar a La Moneda.

En general, la clase política tiene ante sí el reto de reconectar con una sociedad que no confía en sus instituciones políticas (Congreso, partidos y políticos en general) y cuya abstención ha superado el 50% tanto en primera como en la segunda vuelta. Y eso pasa no solo por impulsar políticas públicas que solucionen los problemas más cercanos a la sociedad (pobreza, desigualdad, malos servicios públicos en salud, educación, transporte y seguridad) sino también en hacer más trasparente la acción política frente a la sombra de la corrupción.

Finalmente, y a diferencia de lo ocurrido en Honduras, estas elecciones han puesto en evidencia el alto grado de institucionalidad que caracteriza a Chile. Se vio el profesional funcionamiento de sus instituciones electorales: menos de dos horas después de cerradas las mesas de votación, la autoridad electoral ya tenía el 95% del voto escrutado y transmitidos los resultados. Además, se cumplió una vez más la tradición republicana: llamada de la presidenta Bachelet a Piñera para dar inicio a la transición, comunicación precedida por el reconocimiento de la derrota por parte de Guillier.

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