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Commentary

La Revolución de la Robótica y el Conflicto en el siglo XXI

Peter W. Singer
Peter W. Singer Former Brookings Expert, Strategist and Senior Fellow - New America

June 30, 2009

Habia muy pocas pistas para advertir del peligro que esperaba. El insurgente iraquí había preparado su emboscada con mucha astucia. Oculta a un lado del camino, la bomba parecía cualquier resto de basura. Los soldados estadounidenses llaman a estas bombas improvisadas “IEDs”, la abreviatura oficial de Dispositivos Explosivos Improvisados.

El equipo que buscaba la bomba era un equipo de Destrucción de Artefactos Explosivos (DAE). En 2006, hubieron 2.500 de estos ataques en un mes y fueron la causa principal de las bajas entre las tropas estadounidenses, y también civiles iraquíes. En un período de servicio típico en Irak, cada equipo DAE atendería más de 600 llamadas, desactivando o haciendo explotar con seguridad unos dos dispositivos por día. Tal vez el signo más convincente de lo crítico que era el trabajo de los equipos para el esfuerzo de guerra estadounidense era que los insurgentes comenzaron a ofrecer una recompensa rumoreada de $50.000 por matar a un soldado de DAE.

Desafortunadamente, esta tarea IED particular no terminaría bien. Para cuando el soldado había avanzado lo bastante cerca para ver los alambres delatores que sobresalen de la bomba, ya era demasiado tarde. No había tiempo para desactivarla ni tiempo para escapar. El IED estalló en una ola de llamas.

Dependiendo de la cantidad de explosivos que contenga el IED, un soldado debe estar a una distancia de unos 45 metros para escapar de la muerte y hasta unos 800 metros para evitar las lesiones de la explosión y fragmentos de la bomba. Incluso si no se recibe impacto directo, la presión de la explosión puede romper huesos. Sin embargo, este soldado había estado justo encima de la bomba. Fragmentos de metralla metálica volaron en todas direcciones a la velocidad de una bala. El resto del grupo avanzó al aclararse las llamas y los desechos. Pero encontraron muy pocos restos de su compañero. Con el corazón en la garganta, cargaron los restos en un helicóptero, que los llevó al campo base cerca del Aeropuerto Internacional de Bagdad.

Esa noche, el comandante del grupo, un suboficial de la Marina de Guerra, realizó su triste misión de redactar el informe del incidente a su base. El efecto de esta explosión había sido particularmente duro para su unidad. Habían perdido su soldado más valiente y técnicamente inteligente. Algo más importante, también habían perdido un miembro valioso del equipo, un soldado que muchas veces había salvado las vidas de otros. El soldado siempre había aceptado los papeles más peligrosos, siempre dispuesto a ir primero para explorar por IEDs y emboscadas. No obstante los otros soldados en la unidad nunca escucharon una queja.

En sus condolencias, el oficial resaltó la bravura y el sacrificio del soldado. Se disculpó por su incapacidad para cambiar lo que había sucedido. Pero expresó su agradecimiento y resaltó el rayo de esperanza que sacó de la pérdida. Al menos, escribió, “Cuando un robot muere, no tienes que escribir una carta a su madre”.

El “soldado” en este caso era, en efecto, un robot de 20 kilos llamado PackBot. De apenas el tamaño de un cortacésped, el PackBot lleva toda clase de cámaras y sensores, así como un ágil brazo de 4 uniones. Se mueve usando cuatro “aletas”. ‘Estas son pequeñas orugas de tanque que también pueden rotar sobre un eje, permitiéndole no sólo avanzar y retroceder usando las orugas como las usaría un tanque, sino también voltear las orugas hacia arriba y abajo (casi como se mueve una foca) para trepar escaleras, pasar sobre rocas, entrar en túneles con curvas e incluso nadar bajo el agua. El costo de esta “muerte” para Estados Unidos fue $150.000.

El destino de la carta del suboficial no era una granja en Iowa, como es siempre el caso en las antiguas películas de guerra. Más bien, llegó a un edificio de oficinas de concreto de dos pisos ubicado frente a un Macaroni Grill y un Men’s Wearhouse en un parque de oficinas monótono justo en las afueras de Boston, Massachusetts. En la esquina hay un aviso de una empresa llamada iRobot, el fabricante del PackBot. El nombre se inspira en el clásico de ciencia ficción de 1950 de Isaac Asimov I, Robot, en que los robots del futuro no sólo realizan tareas mundanas sino que toman decisiones de vida o muerte. Es en lugares como éste donde se escribe el futuro de la guerra.

Guerra Sin Tripulación

El PackBot es sólo uno de los muchos sistemas no tripulados nuevos que actualmente operan en las guerras de Irak y Afganistán. Cuando las fuerzas estadounidenses entraron en Irak en 2003, no tenían ninguna unidad robótica en el terreno. Hoy, se cuenta con más de 12.000 en el inventario. Y éstas son sólo la primera generación. En la etapa de prototipo hay una variedad de armas sin tripulación y tecnologías exóticas, desde ametralladoras automatizadas y cargadores de camillas robotizados hasta pequeñísimos pero mortíferos robots del tamaño de un insecto, que a menudo parecen que salen directamente de la más descabellada ciencia ficción. Como resultado, los planificadores del Pentágono no se limitan a averiguar cómo usar máquinas como el PackBot en las guerras de hoy, sino también a cómo planear para los campos de batalla del futuro cercano que serán, como dice un oficial, “principalmente robóticos”.

El paralelo histórico más apropiado para el período actual en el desarrollo de la robótica bien puede ser la Primera Guerra Mundial. En ese entonces, nuevas y extrañas tecnologías excitantes consideradas de ciencia ficción apenas unos años antes se introdujeron y usaron en números cada vez más grandes en el campo de batalla. De hecho, fue el breve relato de H.G. Wells en 1903, “Land Ironclads” que inspiró a Winston Churchill a abogar por el desarrollo del tanque. Otro relato, por A.A. Milne, creador de la popular serie Winnie the Pooh, fue de los primeros en lanzar la idea de usar aviones en la guerra, mientras que Arthur Conan Doyle (en “Danger”) y Julio Verne (Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino) fueron pioneros de las ideas de los submarinos en la guerra.

Cuando se utilizaron estas nuevas tecnologías en la guerra, en realidad no cambiaron los fundamentos de ésta. Pero incluso los modelos más iniciales demostraron rápidamente ser suficientemente útiles como para dejar claro que no volverían muy pronto al ámbito de la ficción. Y lo que es más importante, sus efectos comenzaron a propagarse, suscitando preguntas no sólo sobre cómo utilizarlos mejor en la batalla, sino que generaron un conjunto de nuevos desafíos políticos, morales, legales y éticos. Por ejemplo, las interpretaciones distintas entre Estados Unidos y Alemania sobre cómo se permitió a los submarinos en la lucha fue uno de los temas que introdujo a Estados Unidos en la guerra mundial, y en última instancia determinó su estatus de superpotencia. Aunque los aviones sólo eran útiles para detectar y atacar tropas a mayores distancias, también permitieron el nuevo fenómeno de bombardeo estratégico, lo que creó un nuevo vínculo profundo entre la lucha y el público.

Mucho de lo mismo está comenzando a suceder hoy con respecto a la robótica. En el lado civil, expertos como Bill Gates de Microsoft describen la robótica en un estado cerca de donde estaban las computadoras a comienzos de 1980, aún raras, pero listas para un adelanto importante. En el lado militar, nuestros nuevos sistemas no tripulados se hacen presentes rápidamente en casi todo el ámbito de la guerra, sacando más y más soldados del peligro y, permitiendo a la vez apuntar a los enemigos con mayor precisión.

Y también están cambiando la experiencia de la guerra misma. Esto está llevando a algunos de la primera generación de soldados que trabajan con robots a pensar que una guerra dirigida por control remoto desde lugares distantes se volverá demasiado fácil, demasiado abstracta y demasiado tentadora. Hace más de un siglo, el General Robert E. Lee dijo, “Es bueno que encontremos la guerra tan horrible, o de lo contrario nos encariñaríamos con ella”. Él no contempló un momento en que un piloto podía “ir a la guerra” mientras iba a trabajar cada mañana en su Toyota Camry a un cubículo desde donde podría lanzar misiles contra un enemigo a 12.000 kilómetros de distancia y volver a su casa a tiempo para la práctica de fútbol de su hijo.

Como nuestras armas están diseñadas para tener mayor autonomía, surgen preguntas incluso más profundas. ¿Cómo pueden los nuevos armamentos separar de forma confiable el amigo del enemigo? ¿Qué leyes y códigos de ética se aplican? ¿Que dice de nosotros cuando enviamos máquinas no tripuladas a luchar por nosotros? A su vez, ¿cuál es el “mensaje” que en realidad reciben los del otro lado? Por último, ¿cómo mantendrán los humanos su condición de amos de armas que son enormemente más rápidas y más “inteligentes” que ellos?

Los sistemas no tripulados que se despliegan hoy en Irak y Afganistán vienen en toda clase de formas y tamaños. Teniendo en cuenta todo lo dicho, unos 22 sistemas diferentes de robots operan ahora en el terreno. Un oficial retirado del Ejército se refiere a estas nuevas fuerzas como “el Ejército de los Fabulosos Robots”.

El mundo de los sistemas no tripulados en la guerra no termina en el nivel de tierra. Uno de los más conocidos de los Vehículos Aéreos no Tripulados (UAVs) es el Predator. Con un largo de 8,22 metros, el vehículo teledirigido propulsado a hélice es apenas un poco más pequeño que un avión Cessna. Quizás su mejor cualidad sea que puede pasar unas 24 horas en el aire, volando a alturas de hasta 8.000 metros.

Los Predator vuelan mediante lo que se denomina operaciones de “apoyo a distancia” o “división remota”. Aunque el vehículo teledirigido se lanza desde bases en la zona de guerra, el piloto humano y el operador de sensores están ubicados físicamente a unos 12.000 kilómetros de distancia, dirigiendo el avión vía satélite desde un grupo de remolques modificados, situados mayormente en las bases Nellis y Creech de la Fuerza Aérea, justo fuera de Las Vegas e Indian Springs, Nevada, respectivamente. Tales operaciones han creado la nueva experiencia de pilotos que hacen malabares para manejar la desconexión sicológica de estar “en guerra” mientras que aún tratan con las presiones del hogar. En las palabras de un piloto de Predator, “Vemos soldados estadounidenses que mueren frente a tus ojos y después tenemos que ir a una reunión de la asociación de padres de familia y maestros”. Otro dice, “Vamos a la guerra por 12 horas, disparamos armas contra objetivos, ordenamos ataques contra combatientes enemigos y después entramos, nos vamos a casa en auto, y en 20 minutos nos sentamos en la mesa del comedor para hablar con los hijos sobre sus tareas”.

Cada Predator cuesta un poco menos de $4,5 millones, que parece mucho hasta que se compara con los costos de otros aviones militares. En efecto, por el precio de un F-35 nuevo, el avión caza tripulado de la próxima generación (que ni siquiera ha volado aún), se pueden comprar 30 Predator no tripulados. Algo más importante, el bajo precio y la falta de piloto humano quiere decir que se puede usar el Predator para misiones donde el riesgo de ser derribado es alto, como viajar bajo y lento sobre territorio enemigo. Tal como pasó con los primeros aviones en la Primera Guerra Mundial, los Predator se diseñaron originalmente para reconocimiento y vigilancia, pero algunos llevan ahora misiles Hellfire con guía láser en las alas. Además de sus despliegues en Irak y Afganistán, el Predator, junto con su hermano más grande y más armado, el Reaper, se utilizan con mayor frecuencia para atacar presuntos terroristas en Paquistán. Según informes de la prensa, los vehículos teledirigidos ahora realizan ataques a través de la frontera a un ritmo de uno cada dos días, operaciones que el Primer Ministro de Paquistán describe como el principal tema de preocupación entre Estados Unidos y Paquistán.

Además del Predator y el Reaper, una auténtica variedad de vehículos teledirigidos vuelan ahora los cielos de las zonas de guerra. UAVs pequeños como el Raven, que miden apenas unos 90 cm de largo, o el aún más pequeño Wasp (que lleva una cámara del tamaño de un maní) son lanzados por soldados individuales y vuelan justo sobre los techos de las casas, enviando imágenes de video de lo que hay en el otro lado de la calle o colina. Los vehículos teledirigidos de tamaño mediano como el Shadow circulan sobre barrios enteros, a alturas de más de 450 metros, y son controlados por los comandantes de los cuarteles generales de la brigada para monitorear cualquier cosa sospechosa. Los Predator y Reaper, más grandes, sobrevuelan ciudades enteras a alturas de 1.500 a 4.500 metros buscando objetivos para atacar. Finalmente, no visibles a simple vista, los Global Hawk de 12 metros, propulsados por reactor, vuelan sobre territorios más grandes a 18.000 metros de altura, vigilando señales electrónicas y capturando grandes cantidades de imágenes detalladas para que examinen los equipos de inteligencia. Cada global Hawk puede permanecer en el aire hasta 35 horas, es decir puede volar 4.800 kilómetros, pasar 24 horas cubriendo un área objetivo de unos 7.800 kilómetros cuadrados, y después volar unos 4.800 kilómetros de vuelta a su base.

Así, ha ocurrido un cambio masivo en el espacio aéreo sobre las guerras. Sólo se usó un manojo de vehículos teledirigidos en la invasión de Irak en 2003, y sólo uno de ellos apoyaba a todos los V Corps, la unidad principal del Ejército de los Estados Unidos. Actualmente, hay más de 7.000 vehículos teledirigidos en el inventario total de los militares estadounidenses, y ninguna misión ocurre sin ellos. Un teniente general de la Fuerza Aérea predice que “dadas las tendencias de crecimiento, no es exagerado postular conflictos futuros que incluyan decenas de miles”.

Como resultado comienza a surgir una importante industria robótica militar. El paralelo de la Primera Guerra Mundial sirve nuevamente. Como anotó un informe de la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa (DARPA) del Pentágono, en 1908 sólo se vendieron 239 autos Ford Modelo T. Diez años después, se vendieron más de un millón. “Así como la Primera Guerra Mundial aceleró la tecnología automotriz, la guerra contra los terroristas acelerará el desarrollo de tecnologías de robots humanoides”, indicó el informe.

No es difícil ver el atractivo de los robots para el Pentágono. Ante todo, ahorran vidas. Y también no vienen con algunas de las debilidades y manías de los humanos. “No les da hambre”, dice Gordon Johnson del Comando de las Fuerzas Conjuntas del Pentágono. “No tienen miedo. No olvidan sus órdenes. No les importa si el tipo junto a ellos ha sido herido. ¿Harán un mejor trabajo que los humanos? Sí.”

Los robots son particularmente atractivos para las funciones que tratan con lo que la gente en el campo llama tareas aburridas, sucias o peligrosas.

Muchas misiones militares pueden ser increíblemente aburridas y físicamente agotadoras. ¿Puedes mantener los ojos abiertos por 30 horas mirando las arenas del desierto? Un robot sí puede. ¿Puedes operar en entornos “sucios”, tales como clima inclemente o zonas de batalla llenas de armas biológicas o químicas, sin una vestimenta y equipo de protección abultados? ¿Puedes ver de noche o en múltiples espectros? Un robot sí puede. Finalmente, ¿puede un comandante enviarte y no tener que preocuparse sobre las repercusiones, personales o políticas, de que te maten?

Y con el avance de la investigación en inteligencia artificial (IA), un día las máquinas podrán incluso sobrepasar nuestra ventaja comparativa actual, la pulposa masa gris dentro de nuestro cráneo. Esto no es sólo un asunto de potencia bruta de cálculo. Si un soldado aprende francés o a tener buena puntería, no puede fácilmente pasar ese conocimiento a otros soldados. Las computadoras tienen curvas de aprendizaje más rápidas. No sólo hablan el mismo idioma, sino que pueden conectarse directamente por medio de un cable o una red, lo que significa que pueden tener inteligencia compartible.

La capacidad de calcular y después actuar a la velocidad digital es otra ventaja de no llevar tripulación. Por ejemplo, los humanos sólo pueden reaccionar al fuego de artillería entrante buscando cobertura en el último segundo. Pero el sistema Counter Rocket Artillery Mortar (CRAM) utiliza radar para dirigir el fuego rápido de sus cañones Gatling Phalanx de 20 mm contra los cohetes y bombas de mortero entrantes, logrando una efectividad de destrucción de 70%. Actualmente hay en servicio más de 20 CRAM—conocidos afectuosamente como “R2-D2s”, en honor al pequeño robot de la película Star Wars, al que se parecen, en Irak y Afganistán. Algunos piensan que tales armas son sólo el comienzo. Un coronel del Ejército dice, “La tendencia hacia el futuro serán robots que reaccionen al ataque de robots, especialmente cuando operen a la velocidad tecnológica. . . . A medida que el circuito se vuelva más y más corto, no habrá tiempo para los humanos”.

A medida que lleguen al campo de batalla nuevos prototipos de aviones no tripulados, la tendencia será a empujar los tamaños extremos en dos direcciones. Algunos prototipos de aviones teledirigidos tienen alas del largo de un campo de fútbol americano. Accionados por energía solar e hidrógeno, están diseñados para permanecer en el aire por días y semanas, actuando como satélites espías móviles o incluso estaciones aéreas de combustible. En el otro extremo del tamaño, están lo que el reportero de tecnología Noah Shachtman describe como “UAV minúsculos”. La estimación de los militares de lo que es posible con los micro vehículos aéreos se ilustra en un contrato encargado por la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa (DARPA) en 2006. Buscaba un vehículo teledirigido del tamaño de un insecto que pese menos de 10 gramos, mida menos de 7,5 centímetros, tenga una velocidad de 10 metros por segundo, un alcance de 1.000 metros, y pueda sobrevolar el lugar por un mínimo de un minuto.

A medida que nuestras máquinas disminuyan de tamaño, se moverán al ámbito de la nanotecnología, una vez considerada teórica pero que se está volviendo muy real. Un avance importante en este campo sucedió en 2007, cuando David Leigh, un profesor de la Universidad de Edimburgo reveló que había creado una “nanomáquina” cuyas piezas consistían de moléculas únicas. Cuando se le pidió que describa la importancia de su descubrimiento a una persona normal, Leigh dijo que sería difícil predecir. “Es un poco como pedirle al hombre de la edad de piedra que construyó su rueda, que prevea la autopista”, dijo. Sin embargo, Leigh arriesgaría algo. “. . . Cosas que ahora parecen sacadas de una película de Harry Potter se van a convertir en realidad”.

El Cierre del Circuito

A pesar de todo el entusiasmo en los círculos militares por la próxima generación de vehículos, aviones y barcos no tripulados, hay una pregunta sobre la cual la gente generalmente se muestra reacia a comentar. Es el equivalente de Lord Voldemort en Harry Potter, el asunto “Que no se debe discutir”. ¿Qué pasa con el papel del ser humano en la guerra a medida que armamos robots cada vez más inteligentes, más capaces y más autónomos?

Cuando surge este tema, tanto especialistas como personal militar tienden a cambiar de tema o hablar en absolutos. “La gente siempre deseará que hayan humanos en el circuito”, dice Eliot Cohen, un conocido experto militar que sirvió en el Departamento de Estado durante la administración del Presidente George W. Bush. Similarmente, un capitán de la Fuerza Aérea escribe en su diario profesional del servicio, “En algunos casos, existe el potencial de sacar al hombre del peligro. ¿Quiere esto decir que ya no habrá un hombre en el circuito? No. ¿Significa esto que los valientes hombres y mujeres ya no enfrentarán la muerte en combate? No. Siempre habrá necesidad de almas intrépidas que lanzan sus cuerpos a través del cielo”.

Toda la retórica ignora la realidad que los humanos comenzaron a moverse “fuera del circuito” de la guerra mucho antes de que aparezcan los robots en los campos de batalla. Remontándose hasta la Segunda Guerra Mundial, la mira de bombardero Norden realizaba cálculos de altura, velocidad y trayectoria demasiado complejos para que un humano decida cuándo soltar una bomba de un B-17. Durante la primera Guerra del Golfo, el Capitán Doug Fries, un navegador de radar, escribió esta descripción de lo que era bombardear Irak desde su B-52: “La computadora de navegación abrió las compuertas de la cámara de bombas y soltó las bombas en la oscuridad.”

La tendencia hacia la mayor autonomía de las computadoras también ha existido en el mar desde que se introdujo el sistema de computadora Aegis en la década de 1980. Diseñada para defender los barcos de la Marina de Guerra de los Estados Unidos contra ataques de misiles y aviones, el sistema opera en cuatro modos: Semi automático, en el que los humanos trabajan con el sistema para juzgar cuándo y a qué disparar; Automático especial, en el que los controladores humanos establecen las prioridades, como por ejemplo indicarle al sistema que destruya bombarderos antes que cazas, pero la computadora decide cómo hacerlo; Automático, en el que los datos van a operadores humanos en el comando pero el sistema funciona sin ellos; y Contingencia, en que el sistema sólo hace lo que calcula que es mejor para evitar que se impacte al barco. Los humanos pueden invalidar el sistema Aegis en cualquiera de sus modos, pero la experiencia muestra que a menudo esto no viene al caso, algunas veces con consecuencias trágicas.

El más notorio de estos casos ocurrió el 3 de julio de 1998, cuando el USS Vincennes se encontraba patrullando en el Golfo Pérsico. El barco había sido apodado “Robo-crucero”, por el nuevo sistema de radar Aegis que llevaba y porque su capitán tenía una reputación de ser demasiado agresivo. Ese día, los radares del Vincennes detectaron el Vuelo 655 de Irán Air, un avión de pasajeros Airbus. El avión mantenía un curso y velocidad constantes y emitía señal de radar y radio que indicaba que era civil. Sin embargo, el sistema automatizado Aegis había sido diseñado para manejar batallas contra bombarderos atacantes soviéticos en el Atlántico Norte despejado, no para tratar con cielos congestionados con aviones civiles como aquellos sobre el Golfo. El sistema de la computadora registró el plano con un icono en la pantalla que lo hizo aparecer como un caza F-14 iraní (un avión con la mitad de tamaño), y por lo tanto un “Presunto enemigo”.

Aunque los datos efectivos indicaban a la tripulación humana que no se trataba de avión de caza, ellos creyeron más a lo que les decía la computadora. El Aegis estaba en modo Semi automático, dándole el mínimo de autonomía, pero ninguno de los 18 marineros y oficiales de la tripulación estuvo dispuesto a desafiar el juicio de la computadora, y le autorizaron disparar. (El que ellos tuvieran la autoridad de hacerlo sin pedir permiso de oficiales superiores de la flota, que cualquier otro barco hubiera tenido que hacer, era sólo porque la Marina de Guerra confiaba más en el Aegis que en un barco dotado de humanos sin éste). Es sólo después del hecho, que los miembros de la tripulación se dieron cuenta que habían derribado accidentalmente un avión de pasajeros, y que habían muerto los 290 pasajeros y miembros de la tripulación, incluyendo 66 niños.

La tragedia del Vuelo 655 no fue un incidente aislado. De hecho, igual escenario se repitió apenas hace unos años, cuando las baterías de misiles del USS Patriot derribaron accidentalmente a dos aviones aliados durante la invasión de Irak en 2003. Los sistemas del Patriot clasificaron a los aviones como cohetes iraquíes y sólo hubieron unos segundos para tomar una decisión. De modo que el juicio de la máquina triunfó sobre las decisiones humanas. En ambos casos, el poder humano “en el circuito” era en realidad sólo poder de veto, e incluso eso era un poder que el personal militar no estaba dispuesto a usar contra el juicio más rápido (y que ellos consideraban superior) de una computadora.

El punto no es que Matrix o Cyclons están tomando control, sino que más bien se está produciendo una redefinición de lo que significa que haya humanos “el circuito” de toma de decisiones en la guerra, ampliándose la autoridad y autonomía de las máquinas. Hay miles de presiones para dar cada vez mayor autonomía a los robots en la guerra. La primera es simplemente el empuje para crear robots más capaces y más inteligentes. Pero como indica el sicólogo y experto en inteligencia artificial Robert Epstein, esto viene con una paradoja integrada. “La ironía es que los militares desearán [un robot] que sea capaz de aprender, reaccionar, etc., con el fin de hacer bien su misión. Pero no desearán que sea demasiado creativo, tal como con los soldados. Pero una vez que se alcanza un espacio donde es realmente capaz, ¿cómo los limitas? Para ser honesto, no creo que podamos”.

La simple conveniencia militar también amplía el circuito. Para lograr cualquier clase de ahorros de personal con el uso de sistemas no tripulados, un operador humano debe ser capaz de “supervisar” (en oposición a controlar) un número mayor de robots. Pero los investigadores están encontrando que los humanos tienen dificultades para controlar varias unidades a la vez (imagine jugar cinco juegos de video diferentes al mismo tiempo). Incluso hacer que los operadores humanos controlen simultáneamente dos UAV en lugar de uno reduce los niveles de rendimiento en un promedio de 50 por ciento. Como concluyó un estudio de la OTAN, la meta de que un operador controle varios vehículos es “actualmente, en el mejor de los casos, muy ambiciosa, y en el peor, improbable de lograr”. Y esto es con sistemas que no están disparando o a los que se les dispara. Como indica un informe financiado por el Pentágono, “Incluso si el comandante táctico está consciente de la ubicación de todas sus unidades, el combate es tan fluido y de ritmo tan rápido que es muy difícil controlarlos”. De modo que hay un impulso para dar incluso más autonomía a la máquina.

Después está el hecho de que hay un enemigo involucrado. Si los robots no pueden disparar hasta que los autorice un operador remoto, el enemigo sólo tiene que interrumpir esa comunicación. Los oficiales militares responden a este problema diciendo que, aunque no les gusta la idea de sacar a los humanos del circuito, tiene que haber una excepción, un plan de reserva para cuando se corten las comunicaciones y el robot se encuentre “combatiendo a ciegas”. De modo que surge otra excepción.

Incluso si no se interrumpe el enlace de comunicaciones, hay situaciones de combate en donde no hay suficiente tiempo para que reaccione el operador humano, incluso si el enemigo no está operando a velocidad digital. Por ejemplo, varios fabricantes de robots han agregado a sus máquinas capacidades “anti francotirador”, habilitándolas para detectar y apuntar automáticamente con un haz láser a cualquier enemigo que dispare. Pero esos preciosos segundos para que el humano decida entre disparar o no podría permitir el escape del enemigo. Por tanto, como observa un oficial militar estadounidense, no hay nada técnico para evitar que uno manipule la máquina para que dispare a algo más mortífero que ligero. “Si lo puede impactar automáticamente con un telémetro láser, puede impactarlo con una bala”.

Esto crea un poderoso argumento para otra excepción a la regla de que los humanos deben siempre estar “en el circuito”, dando a los robots en tales configuraciones la capacidad de responder al fuego por su cuenta. Esta clase de autonomía es generalmente vista como más aceptable que otros tipos. “La gente tiende a sentir un poco diferente entre el contragolpe y el golpe”, anota Noah Shachtman.

Sin embargo, cada excepción nos empuja más y más lejos de un absoluto y más bien bajando por una cuerda resbalosa. Y en cada paso, una vez que los robots “establezcan un historial de fiabilidad en encontrar los blancos correctos y emplear las armas correctamente”, dice John Tirpak, editor de Air Force Magazine, “se confiará en las máquinas”.

La realidad es que la ubicación del humano “en el circuito” ya está pasando a ser, como anota el coronel retirado del Ejército Thomas Adams, lo de “un supervisor que sirve como seguridad en el caso de un desperfecto del sistema”. Incluso entonces, piensa que la velocidad, confusión y sobrecarga de información de la guerra moderna pronto moverá la totalidad del proceso fuera del “espacio humano”. Describe cómo las armas próximas “serán demasiado rápidas, demasiado pequeñas, demasiado numerosas, y crearán un entorno demasiado complejo para que las dirijan los humanos”. Como concluye Adams, las varias nuevas tecnologías “nos están llevando rápidamente a un lugar adonde quizás no quisiéramos ir, pero que probablemente no podremos evitar”.

La ironía es que por todas las aseveraciones de los líderes militares, políticos y científicos de que los “humanos siempre estarán en el circuito”, ya en 2004 el Ejército de los Estados Unidos realizaba una investigación sobre robots terrestres armados que encontró que “instituir una respuesta de ‘cambio rápido’ los hacía mucho más efectivos que una variación no armada que tenía que solicitar fuego de otros activos”. Similarmente, un estudio de 2006 del Grupo de Trabajo de Seguridad de Defensa, un cuerpo de la Oficina del Secretario de Defensa, discutió cómo se podía aquietar las preocupaciones sobre potenciales robots asesinos dando a los “sistemas autónomos armados” permiso para “disparar para destruir sistemas de armas hostiles pero no supuestos combatientes”. Es decir, podían disparar a tanques y jeeps, pero no a las personas que iban en ellos. Para 2007, el Ejército estadounidense había solicitado propuestas para un sistema que pudiera realizar “combates totalmente autónomos sin intervención humana”. Al año siguiente, la Marina de Guerra estadounidense circuló una investigación sobre un “Concepto de Operación de Sistemas Autónomos Armados en el Campo de Batalla”. Quizás más convincente es un informe que el Comando de Fuerzas Conjuntas sacó en 2005, donde se sugería que los robots autónomos en el campo de batalla serán la norma dentro de 20 años. Su título era algo divertido, si consideramos la línea oficial usualmente escuchada sobre el tema de asegurar el control humano absoluto de los robots armados: “Efectos no tripulados: Sacar al humano del circuito”.

De modo que, a pesar de lo que un artículo llamó “toda la verborrea de mantener al humano en el circuito”, los robots armados autónomos están llegando a la guerra. Simplemente tienen mucho sentido para la gente que importa. Un oficial de las Fuerzas de Operaciones Especiales lo puso de esta manera, “Eso es exactamente la clase de cosa que me asusta. . . . Pero ya estamos en camino. Es inevitable.”

¿Reemplazar a Los Guerreros?

Con los robots asumiendo cada vez más roles, y los humanos saliendo cada vez más del circuito, algunos se preguntan si los guerreros humanos eventualmente serán obsoletos. Describiendo una visita que tuvo con la clase que se graduaba en la Academia de la Fuerza Aérea, un oficial retirado de la Fuerza Aérea dice, “Hay mucho temor de que nunca serán capaces de volar en combate”.

El rol más controversial de los robots del futuro sería el de reemplazar el gruñido humano en el campo. Pero incluso entre los militares, se está comenzando a discutir la integración de las máquinas en el servicio. En 2002, los investigadores de DARPA encuestaron a un grupo de oficiales militares y científicos en robótica estadounidenses sobre los roles que a su juicio asumirían los robots en el futuro cercano. Los oficiales predijeron que las primeras funciones encargadas a los robots serían operaciones antiminas, seguidas de reconocimiento, observación de avanzada, logística y después infantería. Curiosamente, entre los últimos roles que pensaban que se asignarían a los robots autónomos se encontraban defensa aérea, manejar o pilotear vehículos, y servicio de comidas—cada uno de los cuales ya ha visto automatización. Se pensó que los roles de las fuerzas especiales, en promedio, tendrían menos probabilidad de ser delegados a los robots.

El año promedio que a juicio de los soldados pronosticaron se comenzaría a usar robots humanoides en roles de combate de infantería fue 2025. Su proyección no era muy diferente de la de los científicos, quienes predijeron 2020. Es bueno dejar esto claro, estos números sólo reflejan las opiniones de los encuestados, y podrían desviarse de la realidad. Robert Finkelstein, un ingeniero experimentado que ahora encabeza Robotic Technologies Inc. y que ayudó a realizar la encuesta, piensa que son muy optimistas y que no será hasta “2035 [que] veremos robots que sean tan capaces como los soldados humanos en el campo de batalla”. Pero el punto más amplio es que muchos están comenzando a contemplar un mundo donde los robots reemplazarán el gruñido en el campo, bastante antes que muchos de nosotros terminemos de pagar nuestras hipotecas.

Sin embargo, como explica H.R. “Bart” Everett, un pionero en robótica en la Marina de Guerra, es menos probable involucrar el robot que pueda remplazar totalmente a los humanos en la batalla en el futuro cercano. Más bien, el uso humano de los robots en la guerra evolucionará “más hacia un enfoque de equipo”. Su centro, el Comando de Sistemas de Guerra Espacial y Naval, se ha unido con la Oficina de Investigación Naval (OIN) para apoyar la activación de un “concepto de Asociado de Combatiente de Guerra” dentro de los próximos 10 o 20 años. Los humanos y los robots se integrarían en un equipo que comparte información y coordina acción hacia una meta común.

Una petición del Pentágono a la industria de robótica capta la visión: “El desafío es crear un sistema que demuestre el uso de múltiples robots con uno o más humanos en una maniobra táctica altamente limitada. . . . Un ejemplo de tal maniobra es el procedimiento de entrar-por-la-puerta usado a menudo por la policía y los soldados para entrar en una vivienda urbana. . . [donde] uno patea la puerta y retrocede para que otro entre por abajo y se mueva a la izquierda, seguido de otro que entra por alto y se mueve a la derecha, etc. En este proyecto los equipos consistirán de plataformas de robots que trabajen con uno o varios compañeros humanos como una unidad coherente.”

Otro proyecto financiado por los militares estadounidenses prevé la creación de “libretos” para operaciones tácticas por un equipo de robots y humanos. Muy parecido a un mariscal de campo en el fútbol americano, el soldado humano ordenaría el “juego” para que lo ejecuten los robots, pero como los jugadores en el campo, los robots tendrían la flexibilidad de cambiar lo que hacen si es que cambia la situación.

La frase “sólo mira y dispara no está en el futuro”, explica Thomas McKenna de la OIN. Más bien, se esperará que los robots en estos equipos interactúen con los humanos en forma natural, realicen tareas de forma fiable, y prevean lo que los humanos pedirán de ellos. “El robot hará lo que los robots hacen mejor. La gente hará lo que la gente hace mejor.”

Por lo tanto, los militares no esperan reemplazar a todos sus soldados con robots en ningún futuro próximo, sino que más bien buscan un proceso de integración en una fuerza que será con el tiempo, como lo proyectó el Comando de Fuerzas Conjuntas en sus planes de 2025, “principalmente robótica”. Los robots individuales “tendrían algún nivel de autonomía—autonomía ajustable, supervisada o completa dentro de los límites de la misión”. Pero es importante notar que la autonomía de cualquier soldado humano también estaría circunscrita dentro de estas unidades. También hay límites colocados sobre ellos por sus órdenes o reglas.

¿Adónde Nos Lleva
Nuestra Política?

Lawrence J. Korb es uno de los decanos del establecimiento de política de defensa de Washington. Un ex oficial de vuelo de la Marina de Guerra, sirvió como secretario asistente de defensa durante la administración Reagan. Ahora es un estudioso experimentado del Centro para el Progreso Estadounidense, un grupo de expertos de inclinación izquierdista. En el intermedio, Korb ha visto llegar y pasar administraciones presidenciales, y sus guerras. Y, habiendo escrito 20 libros, más de 100 artículos y realizado más de mil presentaciones en programas de noticias de TV, Korb también ha ayudado a modelar cómo entienden estas guerras los medios de prensa estadounidenses y el público. En 2007, le pregunté qué consideraba como el asunto más importante descuidado en los círculos de defensa de Washington. Él contestó, “La robótica y todo este tema de no tripulado. ¿Cuáles son los efectos? ¿Hará la guerra más probable?

Korb es un gran partidario de los sistemas no tripulados por una sencilla razón: “Ahorran vidas”. Pero le preocupa su efecto sobre las percepciones y sicologías de la guerra. A medida que aumente el uso de los sistemas no tripulados, la robótica “aumentará la desconexión entre los militares y la sociedad”. La gente es más propensa a apoyar el uso de la fuerza siempre y cuando piensen que no cuesta”. Algo aún más preocupante, una nueva clase de voyeurismo habilitado por las nuevas tecnologías hará que el público sea más susceptible a los intentos de vender la facilidad de una guerra potencial. “Habrá más comercialización de guerras. Más habladuría de ‘impacto y pavor” para sufragar la discusión de los costos”.

Korb cree que el Washington político de hoy ha sido “escarmentado por Irak”. Pero le preocupa la nueva generación de legisladores. Una tecnología tal como la de sistemas no tripulados puede ser seductiva, y alimentar la confianza excesiva que puede inducir a las naciones a guerras para las cuales no están preparadas. “Los líderes sin experiencia tienden a olvidarse del otro lado, que se puede adaptar. Tienden a pensar del otro lado como estático y caer en una trampa de tecnología”.

“Habrán más Kosovos y menos Iraks”, es cómo resume Korb adónde piensa que nos dirigimos. Es decir, predice más intervenciones punitivas como los ataques a Kosovo de 1999, lanzados sin tropas de tierra, y menos operaciones como la invasión de Irak. A medida que los sistemas no tripulados se hagan más predominantes, tendremos más propensión a usar la fuerza, pero también veremos subir más la barrera en todo lo que exponga tropas humanas al peligro. Korb imagina un futuro en el que Estados Unidos esté dispuesto a luchar, pero sólo desde lejos, en que esté más dispuesto a castigar mediante la guerra, pero menos a enfrentar los costos de la guerra.

El Coronel R. D. Hooker Jr. es un veterano de Irak y comandante de una brigada aerotransportada del Ejército. Como explica él, la gente y sus militares en el campo deberán estar vinculados de dos maneras. La primera es la parte directa del público en las políticas del gobierno. “La guerra es mucho más que estrategia y política porque es visceral y personal. . . . Sus victorias y derrotas, alegrías y penas, optimismos y depresiones se expresan fundamentalmente a través de un sentido colectivo de alegría o desesperación. Para los combatientes, la guerra significa la perspectiva de muerte o heridas y una pérdida de amigos y camaradas que es casi tan trágica”. Como se compromete su sangre, los soldados ciudadanos, así como sus padres, madres, tíos y sobrinos que votan, se unen para disuadir a los líderes de contratiempos extranjeros y agresión mal planificada.

Se supone que el segundo vínculo viene indirectamente, a través de una prensa libre de la democracia, que expande el impacto de estas inversiones de sangre al público en general. “La sociedad es también un participante íntimo [en la guerra], mediante los boletines y declaraciones de los líderes políticos, mediante las lentes de una prensa omnipresente, y en los hogares de las familias y comunidades donde viven. Aquí, el retorno seguro o la muerte en acción de un ser querido, magnificado miles de veces, resuena poderosamente y muy lejos”. Puede que su hijo o hija no estén en riesgo en una batalla en particular, pero se supone que le preocupa porque aquellos que están en peligro son parte de su comunidad, y la próxima vez podría ser simplemente alguien que usted conoce.

Sin embargo, la robótica lleva las tendencias que ya están operativas en el cuerpo político de nuestras instituciones hasta su destino lógico final. Sin reclutamiento, ni necesidad de aprobación del congreso (la última declaración formal de guerra fue en 1941), ni impuestos o bonos de guerra, y ahora el conocimiento que los estadounidenses en riesgo son con frecuencia simplemente máquinas estadounidenses, las barreras más bajas para la guerra bien pueden llegar al suelo. Un líder no necesita realizar la labor de crear de consenso que normalmente se necesita antes de una guerra, y ni siquiera necesita unir al país para que apoye el esfuerzo. A su vez, el público se convierte en el equivalente de admiradores del deporte que observan la guerra, en lugar de ciudadanos que comparten su importancia.

Pero las nuevas tecnologías no simplemente eliminan el riesgo humano, también graban todo lo que sucede, y al hacerlo modifican el vínculo del público con la guerra. La guerra de Irak es literalmente el primer conflicto en el que se puede descargar video de combate de la Web. Hasta junio de 2007, habían más de 7.000 videos cortos de combate de Irak sólo en YouTube. Gran parte de estos videos cortos fueron tomados por vehículos teledirigidos y sensores no tripulados, y después puestos en línea. Algunos de los videos fueron obtenidos de fuentes oficiales, pero muchos no.

Esta tendencia podría crear conexiones entre el frente de guerra y el frente doméstico, permitiendo que el público vea como nunca antes lo que está pasando en la batalla real. Pero, inevitablemente, la capacidad de descargar los últimos cortos de combate robótico a las computadoras del hogar y iPhones convierte a la guerra en una clase de entretenimiento. Los soldados llaman a tales cortos “porno de guerra”. Videos cortos de combate especialmente interesantes u horribles, como el de un insurgente destrozado por un UAV, se ponen en blogs y se reenvían a amigos, familiares y colegas con asuntos de referencia como “¡Mira esto!”, muy similar al envío de un video corto entretenido de un chico solitario que danza en su sótano. Un video corto típico que se muestra en la Internet mostraba cuerpos de personas en el aire causados por un ataque de Predator, con la canción pop de Sugar Ray “Sólo deseo volar”. En resumen, la capacidad de observar más pero sentir menos tiene un efecto paradójico. Amplía la brecha entre nuestras percepciones y las realidades de la guerra.

Tales conexiones modificadas no sólo hacen que el público sea menos propenso a usar su poder de veto sobre sus líderes elegidos. Como el ex oficial del Pentágono Korb observó, también alteran los cálculos de los líderes.

A menudo las naciones van a la guerra debido a un exceso de confianza. Esto tiene perfecto sentido; pocos líderes eligen comenzar un conflicto pensando que perderán. Los historiadores han encontrado que la tecnología puede tener un gran papel en alimentar la confianza excesiva; las nuevas armas y capacidades crean nuevas percepciones, y también falsas percepciones, sobre lo que podría ser posible en una guerra. Las nuevas tecnologías de hoy son particularmente responsables de alimentar la confianza excesiva. Se percibe que ayudan al lado ofensivo de la guerra mas que al defensivo, además avanzan a un ritmo exponencial. La diferencia de sólo unos cuantos años de investigación y desarrollo puede crear vastas diferencias en capacidades. Pero esto puede crear una clase de mentalidad de “úsela o piérdala”, ya que incluso lo mejor de las ventajas tecnológicas puede ser momentáneo (una preocupación importante para Estados Unidos, ya que 42 países trabajan ahora en robótica militar, desde Irán y China hasta Bielorrusia y Paquistán). Finalmente, como explica un especialista en robótica, se genera un círculo vicioso. A menudo los científicos y las empresas exageran el valor de las nuevas tecnologías para lograr que las compren los gobiernos, pero si los líderes creen en la exageración podrán ser más propensos a sentirse aventureros.

Cuando enfrentaban una disputa o crisis, típicamente los legisladores consideraban el uso de la fuerza como la “opción de último recurso”.Ahora los sistemas no tripulados podrían ayudar a que esa opción suba en la lista, haciendo que la guerra sea más probable con cada subida de escalón. Eso nos retorna al escenario de Korb de “más Kosovos, menos Iraks”.

Aunque evitar los errores de Irak ciertamente parece un resultado positivo, el otro lado de la ecuación no estaría libre de sus problemas. La década de 1990 no fue la de los días tranquilos, recuerdan algunos. Bajar la barrera para permitir más ataques no tripulados a distancia conduciría a una estrategia parecida a la denominada “diplomacia de misiles crucero” de ese período.Ese enfoque podría dejar menos tropas atolladas en el terreno (un resultado cuya importancia muchos consideran una lección de Irak), pero, al igual que los ataques contra campos de Al Qaeda en Sudán y Afganistán en 1998, la guerra de Kosovo en 1999, y quizás ahora los ataques de vehículos teledirigidos en Paquistán, son esfuerzos militares sin un sentido verdadero de compromiso, arremetidas que en el mejor de los casos rinden victorias incompletas. Como señala un informe del Ejército de los Estados Unidos, tales operaciones “crean una buena sensación por un tiempo, pero logran poco”. Involucran al país en un problema, pero no lo resuelven.

Incluso peor, puede que Korb se equivoque y la dinámica no rinda menos Iraks sino más de ellos. Para comenzar, fue el señuelo de una acción preventiva lo que ayudó a meter a Estados Unidos en tan tremendo problema en Irak. Como dice uno de los científicos de robótica de la nueva tecnología que él está creando: “Los militares piensan que les permitirá cortar las cosas en el capullo, tratar con los malvados más temprano y con más facilidad, en lugar de tener que entrar en una guerra grande. Pero lo que con más probabilidad ocurrirá es que lanzaremos un montón de alta tecnología contra las guerrillas urbanas usuales. . . . Esto detendrá la oleada [de pérdidas estadounidenses], pero no nos dará ninguna ventaja asimétrica”.

Por lo tanto, los robots pueden representar una ironía oscura. Aparentando que se reducen los costos humanos de la guerra, pueden seducirnos a que entremos en más guerras.